En el perigeo, la mujer lúbrica propende a encintarse. La criatura alumbrada exhibe en la frente un lunar festoneado cuya visión produce, en quien lo mira en exceso, vómitos, diarreas, evacuaciones unánimes y ubérrimas del alma turbada por esa presencia tatuada.
Las criaturas nacidas por madre lúbrica en noches de perigeo muestran lunares de muy variada forma.
Los lunares aserrados se localizan en el muslo y en la parte antero-posterior del brazo.
Los lunares hendidos, en el vientre.
Los acorazonados, en el hombro.
Los lancelados y aciculados, en la espalda media.
Los sagitados,en la cima de la mata del pubis.
Los trifoliados, en el cuello.
El lunar paripinnado, oculto en la nuca, bajo la melena, produce invariablemente la muerte de su observador.
Mi madre tenía un lunar con forma de mujer encinta debajo del pecho izquierdo. Si acercabas el oído, escuchabas el latido de un corazón.
Yo tengo uno que no tiene nada a lo que se me compare. Hay días en que se puede confundir con un árbol. Noches en las que replica la cara rota de un hijo recién nacido.
Luisina, serás madre en cuanto te conozca varón, me decía la mía. Como todos los Ocampo. Yo me reía y salía corriendo. Pensaba en si no me partirá el peso de un hombre. En si el mío sería alto como árbol y tendría cara de niño también.
Miro mi lunar. Lo acaricio. Me pregunto si mi hija lo tendrá también. Porque será hembra lo que late ahí debajo.
Todos los lunares convulsionan el alma de quienes los miran.
Todos aturden al que los contempla.
Los nacidos de mujeres lúbricas fecundadas en el perigeo dan la espalda a sus enemigos, agachan la cabeza y esperan, entre la lástima y el odio, a que una suerte de magia los fulmine.
El finado muere sin dolor y su cadáver revela vestigios inequívocos del desmán, por lo que son piezas de un valor extraordinario para los forenses.
Me han contado todo esto. He escuchado y yo lo cuento ahora.
Pronto será perigeo de nuevo.
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