Será quizá imposible borrar a Dios del libro que es el mundo. Como si ya vieniese en el pack. El mundo junto con un dios o con muchos, según al gusto de quienes los inventan. Se constata la brutalidad del hallazgo moral y también la dulzura, la bendita dulzura dirán algunos, de un Dios tutelando el viaje, consintiendo los errores, conduciendo el alma desde el vacío primero hasta el colmado último. K. dice que está ahí Dios para el roto. Que se lo cosa. Yo voy con lo que me va llegando. Cualquier día me pongo serio y veo lo que no todavía no se me ha entregado. Y en ningún momento he caído en la gratuidad, inútil a mi entender, de dejar aquí nada consignado sobre la iglesia. No entra en estas consideraciones. De hecho son un asunto aparte. Ninguna iglesia es mi iglesia. Ningún hombre que la represente me representa. Y, sin embargo, qué majestad la de las catedrales. Qué triunfo del alma sensible. Con qué humildad entro en ellas y me encierro en mi incertidumbre. Soy un descreído feliz y disfruto la búsqueda. Igual ya la he encontrado.

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