2.6.22

153/365 Carlos Sahagún

 



Yo sé lo que hay debajo de la tierra,

lo que se custodia
en la hondura torpe de su alma,
lo reservado del aire.
Para que brindemos todos juntos
y el agua brinque libre por las peñas
y la entera luz sobrevenida en el cielo
copule con las sombras en los árboles,
hay que abrir el suelo,
hay que desenterrar la esperanza.
Ahí andaba, a cubierto.
Sola y perezosa y gris.
Sin la responsabilidad del oficio 
que se le encomendó.
A salvo de la dureza del tiempo de los hombres.
Sin que la arrumbara más adentro aun
el olvido o la desgana.
Ahí la esperanza.
En esa estancia lejanísima.
Qué cabal y sordo es el abatimiento.
Es un cáncer tenue y limpio.
Va cubriendo de gris las almas
y va cerrando con tiniebla las palabras,
pero llegará el día
en que brindaremos todos juntos
y el agua festejará el paisaje
y el sol acuchillará la niebla
y saldrá a la calle la esperanza,
ella con su festín de sol,
nosotros adornados de vértigo.
La esperanza, la enterrada,
como una novia
a la que de pronto
le hubiesen estallado de pura alegría
cien hijos en el vientre.
Finge en la altura su luz
un cansancio dulce.
Allí se enturbia y adormece.
Ocupa un rastro de verdad y de clausura.
Crece sin propósito, ocupa
la breve extensión de una mirada
y se desvanece sin alboroto,
como si no hubiese existido.

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