12.6.22

163/365 Igor Stravinski





 Stravinski era un ruso afrancesado y americanizado después. Lejos de la opresora madre Rusia ejerció la libertad sin trabas. Me lo contó un amigo cuando me puso en la bandeja del reproductor algo que me causaría un hondo desgarro. Era un disco que sonaba magníficamente parar su época. Petrushka me pareció la música más hermosa del mundo. La escuché fascinado esa didáctica primera vez: A. me hacía detenerme en un crescendo de la orquesta o en un diálogo entre las flautas y los oboes. En su afán por acercarme la obra, me contó la historia que musicaba. Entusiasmado por mi propio entusiasmo (esas cosas se advierten enseguida) me hizo prometer que escucharía a Stravinski con atención. Si entras, no saldrás nunca, pudo probablemente decir. Mi experiencia previa era únicamente un extracto de la Suite del Pájaro de Fuego con la que mis adorados Yes abrían el doble Yessongs. 

Escribía para paliar el dolor. A Stravinski se le habían muerto su hija y su mujer por la tuberculosis y el músico afrontó el duelo volcado en la música. Se dejó embaucar por la aristocracia y la sensibilidad parisina (y por la fama y por su oropel) y por el glamour y la opulencia de Hollywood, con los mismos arrimos de ese esplendor de una vida mejor. Se codeaba con la high society con libretos bajo el brazo. Le creían un gánster de la vieja Europa. Pisó con fugacidad la cárcel por tocar una particular versión del himno de los Estados Unidos que, a juicio de la autoridad, a lo común zopenca y granítica en términos artísticos, excedía lo admisible y entraba en la categoría de la mofa o de la ofensa. Una ley del estado de Massachussetts confinaba entre rejas a quienes se atrevían a entrar en el territorio sagrado del bien público, esto es, el american way of life, la bandera ondeando en las calles, el tañido limpio de las iglesias en esos caminos de Dios y la música sublime del himno patrio. Años más tarde, convertido en una figura internacional, fue recibido con honores de jefe de Estado por John Kennedy en la Casa Blanca y por Nikita Jrushchov en el Kremlin, lo cual es una proeza que marca con meridiana claridad la proyección de su figura. También amó el jazz. Respetaba a los músicos. Qué negros sois algunos en Rusia, Igor Stravinski, le dijo Charlie Parker. O fue Art Tatum. Un día llamo a A. y le alegro el día. Le diré que Parker tocó Koko con frases de la suite El pájaro de fuego. Que Stravinski se emocionó, haciendo bajar y subir su mano con el vaso de whisky que sostenía, de resultas que la bebida se derramó por doquier. Creo que la música se festejó a sí misma esa noche. A. lo sabrá.

No hay comentarios:

Comparecencia de la gracia

  Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...