21.6.22

172/365 Blancanieves


 

Se cansa uno de la realidad o, mejor contado, se cansa de que la realidad no dé tregua y nos cerque de la forma en que lo hace, con su fragor, con su trajín, con su esmero en contrariarnos, no hay manera de objetar eso, pero a veces dan ganas de proceder como no se espera y convertir en otras cosas las cosas conocidas, en dar cuenta de lo que se sabe y proceder como si fuese nuevo. Como no tenemos recursos, recurrimos a la literatura, la blandimos como si fuese un arma. Lo es cada vez que nos salva del peso de la rutina y nos permite ir más allá o más abajo o infinitamente más arriba, no sé. Pensé esta mañana, nada más poner el pie en el suelo, en Blancanieves y en la Nostromo. Era una imagen antigua esa, vista en la red, buscada luego y aparecida sin merma. No habría enanitos, supe. La trama comenzaría sin ellos, aunque algunos flashbacks relatarían cómo el alien los mató. Uno a uno. Con cósmica saña. En el espacio exterior nadie puede oír tus gritos. Estoy por seguir desde ahí: cuando el animal decide que Blancanieves será una especie de madre acogedora para las pequeñas criaturas a punto de ser alumbradas. Distópico, surrealista, este cronista de sí mismo no se envalentonará y no sabré si la Teniente Ripley evitará ese desquicio narrativo. Si la madrastra es también un bicho del éter infinito y el espejo es negro profundo como un mal sueño. A Blancanieves no se la comerá la malvada bruja del cuento (qué gratitud hacia todas ellas, aun pérfidas y retorcidas), no troceará el pulmón y el corazón en un plato historiado con ese colmo suyo de maldad pura. Vencerá la bondad, según tercie el azar, que es el único guionista de esa inédita trama. Si hay alguien desea aportar su visión del asunto, sírvase. Entre todos podemos descansar de un poco de las cosas razonables y abrazar sin disimulo la fantasía. Es la literatura que más procura un placer más íntimo, exento de la oscura brújula de lo real. El príncipe, al ver a la hermosa Blancanieves en el ataúd y al alien fornicando su boca, se arrogará todas las virtudes de los héroes y logrará deshacer esa coyunda maligna. Luego se echará encima suya y la colmará de amor. Ahí Disney aplaudiría en un pase privado. 1937 no fue año para estas licencias promiscuas. Los niños oirán la versión blanda. De ellos serán todas las blancanieves impuras y lubricas, pero no los hagamos visitar tan pronto la incertidumbre. Podrán convenir a su antojadizo capricho el relato de la imaginación.

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