29.11.22

El pasado que nos espera

 

 Leí hace tiempo que a partir de cierta edad uno no sabe el pasado que le espera. Intriga qué se podrá encontrar en lo que se hizo, en todos esos años que ya no existen, en si vendrán y cobrarán factura. Los años no perdonan. Parece una letra de bolero o de tango, que en ciertos aspectos comparten un dramatismo, un sentir del alma. Es curioso que ni siquiera el día de ayer nos pertenezca. El mío fue extraordinariamente irrelevante. No hubo nada que más tarde pueda recordar y, sin embargo, qué plenitud más sencilla, con qué limpia presencia ocupó el trasiego de las cosas, el ir y venir al trabajo, la dedicación a las tareas de la casa y luego la escritura y una cerveza ya bien caída la noche en el patio, antes de la cena y la sensación de que el día definitivamente acababa. Fue un día entre los demás días, uno sin el esplendor de algunos, pero son esos los que de verdad trascienden, los que se arriman al grumo fundamental de la existencia y conforman un bloque sólido y estable. A cierta edad queremos que no ocurre nada extraordinario y que nada lamentable concurra tampoco. A veces suceden los días sublimes y los tristes, los del esplendor y los de la pena. No se puede hacer nada para que unos se impongan a otros en un escrutinio eventual, innecesario quizá. No saber qué asunto del pasado nos visitará para alegrarnos el día o para enturbiarlo. No tener gobierno para que esas súbitas injerencias del ayer nos deleiten o nos postren. Se está mejor en la ignorancia, en ese discurrir férreo del azar, en toda esa voluta barroca de la incertidumbre. Sé que ayer escuché un disco en directo de Joe Jackson (Summer in the city). Sé que acabé la novela de un amigo que me la encomendó para que le hiciera un siete y pudiera limarla (pulirla, adecentarla, acortarla, alargarla, lo que sea que se le ocurra hacer con ella) antes de ofrecerla (esperemos) a la estantería de una librería. Sé que me sentí bien enseñando en mi clase. Sé que escribí sobre Ko Un, un poeta surcoreano del que tengo dos libros y del que escuché un comentario (favorable) en uno de esos podcast que amenizan las noches. Sé que caí rendido como un fardo poco más tarde de las diez en mi sillón de orejas viendo algo intrascendente en televisión. Sé que miré mi casa como si acabara de estrenarla y apreciara su calidez y su intimidad. Sé que recorrí durante un buen rato las baldas con los libros para empezar algo nuevo que leer y que podría habérmelo ahorrado porque ya lo tenía pensado desde hace unos días (Malasanta, Antonio Tocornal, más que recomendado por gente a la que aprecio y de la que me fío). Sé que esta noche la comenzaré, si es que la tarde no me extenúa en demasía y caigo nuevamente rendido cuando se precipite (ese ese el verbo) la noche. Sé todas esas cosas. Mañana las habré olvidado.

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