El cautivo Salustiano Benjumea indaga con un dedo la luz mortecina que la tarde abandona por el ventanuco de su celda. Un foco pautado de finísimo polvo nervioso alumbra brevemente el traje uniformado, la manga de mugre, la mano alzada, el dedo en escorzo, indagando. El ventanuco es un milagro por el que la vida rinde su belleza. El dedo se ha hecho a moverse por la luz. El cautivo se ha hecho a mover con avara codicia el dedo. El caudal de oro del aire es asombro en sus ojos precursores. El dedo, al batir el polvo, se deja invadir por su eco. El cautivo Salustiano Benjumea nota el cosquilleo piel adentro. En los días de más gris apresto, cuando el ventanuco no invita a que se enseñoree luz alguna, el dedo se resiente, le duele, parece que pugna por escapar de su prisión de carne y mutar en ala.
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