La Historia de los países se escribe sobre las escombreras que van dejando. Los hay que derriban con menor fiereza, pero no conozco ninguno que se haya levantado en base a una construcción continua, sin que ese empeño de izado garantice el mantenimiento de las edificaciones antiguas. El patrimonio es una abstracción insostenible. Las generaciones van borrando lo que les incomoda. Se basan en la siempre dudosa teoría de que el pasado, sea cual fuere, es un obstáculo para la implantación del futuro. Lo que sale siempre perdiendo es el presente, que es otra abstracción, una inconveniencia más en la forja de la sociedad. Despreciamos el presente porque albergamos la esperanza ilusoria de un futuro mejor. Ignoramos el pasado porque creemos que nada podemos extraer de quienes nos precedieron. Se nos va el tiempo ensimismados en esa encrucijada absurda. Tuvimos la experiencia, pero perdimos su significado, convino Eliot, o al paso que vamos, habida cuenta del imponente ejercicio de vaciado en la cultura que ejecutan sin pudor los gobiernos (éste, otros), no vamos a tener ni siquiera eso, experiencia. La habremos dejado entre los escombros. Viviremos alegremente entre las ruinas de la inteligencia. Será la nuestra una herencia de escombros que las generaciones venideras recogerán como un tesoro secreto, incapaces de reconocer el alcance de este desvarío. A veces pienso que este pesimismo mío de ahora no obedece al desapasionamiento con el que observo la vida. Basta abrir la prensa. Solo necesita uno observar con atención el runrún de las noticias, toda la mierda visible, ese inacabable simulacro de sociedad que creemos estar cuidando. Los escombros sostienen la fachada. Porque ahí es donde reside la naturaleza del simulacro: en mantener a la vista la fachada, que no se aprecie en demasía el roto. Que no parezca que lo estamos pasando mal. Que no duela demasiado la tristeza. Mañana abrirá brioso el día. Se pondrán las nubes a perseguirse en el azul del cielo. Vendrá el frío a declamar su poema de otoño. Tendré ocasión para abrazar la luz pequeñita de las cosas que valen la pena y releeré, escéptico, este arrebato gris de casa que se viene abajo. Pero eso será mañana. Hoy toca duelo o toca desencanto. Las noticias nos disuaden de cualquier arrimo de algarabía, pero tenemos voluntad de que no se pierda del todo la sonrisa. La pone en el rostro el detalle menos llamativo, el más irrelevante. Tenemos esa fortuna, la de ponernos locos de alegría con cualquier chorrada. Nos diferenciamos de los animales por ese matiz festivo, por la cosa de la gracia. Nos salvará el arte o el amor, sí, pero es el humor el que sostiene la casa. Así que dispóngase a reír. Encuentren con qué. Se acostarán mejor. Me aplico el consejo. Veremos qué tal.
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