2.11.22

El cielo ha ardido


 


Los días de la mugre

Está el viento barriendo las palabras obscenas que ocupan las calles del primer mundo.

En las afueras, en donde la respiración poderosa de la tierra aviva el aire y lo encabrita de júbilo, allá en donde el poeta es el emperador de las constelaciones, el hambre no existe, ni la sed ni el desamparo del amor, pero los agoreros escriben su mantra y las fuerzas del orden asaltan las tertulias y queman las actas de la alegría recién izada. 

Días viciados, días de galernas del alma amancebada y promiscua. 

Ah tú, gran poeta de las alturas blancas, tú sabes que en la noche las criaturas vuelven a su estado primordial y sueñan con el polvo de las estrellas y con los labios que se sacian en lo más húmedo del sexo. 

Ah tú, hermano humilde que paseas Amsterdam y ves putas que son princesas con cuatro gotas de carmín metafísico en la punta iridescente del alma.



Los días cósmicos

Algo flota en el aire que no es en esencia lo que respiramos y lo que se ahonda y nos perfora y, cercándonos, nos alimenta y eleva. 

Algo en absoluto aprehensible, de lo que nada sabemos y de lo que casi nada se confía en que podamos saber porque el aire, en el aire al que los perros ladran, no hay piedad ni hay consuelo. 

Solo hay un centinela voraz. 

Un vigía milenario. 

Un dios rudimentario y caprichoso. 

Un poeta con una saco de metáforas y un libro de encantamientos y de prodigios, pero los pobres oyen los ladridos en mitad de la noche y el azar conversa con la razón y le pisa el cuello hasta que sangra. 

El cielo ha ardido. 

Los milagros suceden siempre en el corazón. 

Un extravío de caballos bajo la tormenta sacude el cielo de las primeras palabras.

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