11.11.22

315/365 Rafael Cadenas

 


FRAGMENTO DE UN POEMA FUTURO

He resuelto mi delirio.

Soy por fin yo mismo. 

Casa sin atavío ni sombra es la palabra en la que me conozco, río alado, pétalo arrebatado al rigor del aire, caudal hacia su sacrificio, brújula torpe, dios ciego, todo está de su parte. Que ella me sostenga y conforte. Que cuando flaquee, me abrace. Que un temblor de corazón limpio la arrime a mi corazón viejo de poeta. Tendremos la palabra y yo que construir una casa en la que brille el sol de la esperanza. Las nubes querrán saber qué son, la niebla, el mar. Viva como una sombra huidiza, nuestra casa. Presagio de fulgor, sus ventanas. Entrará la luz y no tendremos otra cosa que luz. No tendremos nada y seremos sublimes. La felicidad ocupará los espejos. Todo será espejo, todo sueño. Llama que no cesa, febril cántico. 

He amado mi memoria frágil, he besado su boca grande de niño con hambre.

Soy el trémulo danzar de una oración que no encuentra dios que la escuche.

Los días son una isla sobre la que sobrevuela un único pájaro inmortal. La noche es el clamor del vuelo que no ha dado con rama en la que posarse. 

Fasto de las cosechas que han alimentado mi espíritu, escribo el poema. No es mío. Pertenece al olvido, solo sale de mí y ahí ya es un fantasma, una sombra entre las sombras, un pequeño vestigio de un poema mayor del que únicamente poseo una música, una especie de cuenta de milagros, pero el poema prospera sin que yo lo acune. Es de quien azarosamente lo lee una vez y guarda un verso sencillo, un hueso roto, una lenta evidencia de que el tiempo hace su oficio sin denuedo, como la víscera que se recrea en su mecánica antigua y el cuerpo no decae ni se enfebrece. 

He trazado el mapa de mi soledad. No he afinado en nada de cuanto me propuse. Se ha desdibujado la memoria. Es una flecha que vaga sin dar en un árbol. No hay árboles. No hay flecha. No hay mapa. Sigo en mi soledad. La he mirado con ternura y me ha confiado su secreto. No he escuchado con atención y ahora no tengo con qué consolar mi tristeza.

Tuve que volver a casa. Me hice a la nada y encontré el camino de regreso. 

Vi una mujer y me habló de todas las mujeres. Cuando la invito a que me hable de nuevo, calla. De esa verdad velada, mi deseo de entender el mundo. En ese discurso aplazado, mi plegaria vacía. 

He resuelto mi delirio. Lo he registrado en una hoja que tengo en el bolsillo. La toco con mis manos lentas. Aprecio su doblez testamentario, toda su elocuencia arrugada. Alguno de estos días, leeré en voz alta lo que pone. No entenderé . Ojalá alguien me coja de la mano y me acompañe. 






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