25.11.22

329/365 Tomás Segovia



 El fragor del agua en su cauce es el vértigo de la tierra. El nudo en el corazón del que se echa en ella y escucha el discurrir del agua es su fiebre. Un desorden pautado, un ritmo sin censar. La música extravía su caudal de estrago y de dulzura “como un farol de papel que flota locamente en la noche” y ahí estaremos los dos para que la melodía no se pierda en el aire y la engulla el tiempo. 

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