Con qué primor la infancia regresa y nos consuela del hondo fuego de las horas. Se entrevé en su discurso un leve fulgor que aspira a quedarse y del que valerse cuando no haya juegos con que entretener los días ni sueños con los que amenizar las noches. A menudo considero la posibilidad de no salir nunca e ellos. Tendría de nuevo la ignorancia, sentiría que me acaricia con renovado afán el aire sin propósito, las horas sin vértigo ni fiebre, como un pequeño juguete que tocamos con las manos y lo sabemos infinito y perfecto. No le daría palabras a la tristeza. Todo lo que me dicte el cuerpo lo acataría con extrema obediencia. Todo lo que me susurre el alma. Haría por desprenderme de la memoria, sería de oro la luz, nombraría con la piel el cielo limpio de mi causa. Árboles como templos sin salmos, un mar ancho y profundo, la tierra ocupada por el asombro puro de los ojos. Con cuánto amor el amor me cortejaría, con cuánta dicha la dicha. Por no saber, ni sabría guardar todo ese prodigio que acudiese. Dejaría para más adelante la congoja y la melancolía, me desentendería de la sintaxis espesa de las horas, abrazaría el rumor antiguo del corazón si de pronto se me ocurriese dejar que se persone y haga su recuento de sangre. No habría sangre. Ni fluiría en su cauce el tiempo. Lo que el tiempo es al corazón un afán idéntico reclama la memoria. Un dios igual a mi sed. Un amor semejante al mundo. El amor a todos los héroes griegos. Uno a uno. Todos ellos. He creído en sus proezas y en su linaje, me ha consolado viajar para saber que me aguardaban en la literatura y en los caminos, en la ilusoria sensación de que no sería estéril el trayecto y podría afinar las cuerdas con el plectro delicado de su voz. "El tiempo se detuvo. / Cerré los ojos: quise / guardar esa armonía", pero fue sueño y yo, frágil eco de una sombra, sé de los misterios como el agua sabe de su cauce y prosigue, loca, sin propósito, desde la embocadura primera hasta el estuario póstumo. "Recoge la cosecha de los días, / su cereal, su polen, / sus bayas inservibles, sus cortezas amargas, / su reseca raíz, sus vainas huecas, / su escasísima pulpa azucarada". Y yo obedecí y no supe ver la lujuria cuando me nombró y ahora tengo la certeza más tenue, la que se deshace a poco que se la pronuncia, la de la niña que regresa a la infancia y busca entre los juegos uno que dure toda la vida.
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