19.11.22

323/365 José Lupiáñez




 Recado de náufrago

Un cuenco pedía el náufrago que formáramos con las manos para así ver en claro el misterio que a la sed conforta. Que se arrimara al rumor de su eco el corazón y se contemplase la dicha completa y lo que su prodigio novicio revelara. Que en la garganta un acopio de luz brotara y el mar sepultase las últimas noticias del mundo. 

Azul

Deliran de azul los ojos, ¿lo creéis?. Dicen haber visto caer la tarde mientras naves de fuego embocaban el presuroso ocaso de las aguas. Danzaban los cuerpos, era el goce un aleteo prendado del súbito fulgor del aire.

Ofrenda

Hubo un temblor que en la palabra que lo nombraba tenía cadencia de salmo. El deseo, la loca brújula de la carne, la verdad de los cuerpos cuando se deciden plenos y vibran, labio dulce que se declara eterno, en la sencilla restitución de unos besos. 

El canto de alianza

Algún hálito nos posee al clarear el día. Una lengua de fuego o una corona de pétalos. Un rostro que requiere que se le mire. Una honda pulsión. Un hilo frágil. En la avara cuenta del aire, una bandera ondea sin dueño. No la conmueve el tiempo, no la ciñe el olvido. Firme, roca en el viento, me contempla. 

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Comparecencia de la gracia

  Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...