Dinosaurios
Los dinosaurios son cosa de paleontólogos y de críos. Quedan en fósiles y en peluches. La fantasía crea un bestiario a título meramente narrativo. De ser yo pequeño y preguntárseme qué querría ser de mayor, diría que criptozoólogo. Conjeturaría bichos del tamaño de una de esas catedrales góticas, los miraría con arrobo y luego los registraría con la adjetivación más pulcra, dándoles el empaque preciso para imponerlos a la realidad. No habiendo advertido arrojo para tal milagro me he ido conformando con coleccionarlos. Tengo una habitación en la que la que ocupan interminables baldas. No aprecio que sea el plástico o el metal la frívola sustancia de la que están hechos. Es entrar y observarlos y concederles la vida que mi capacidad literaria no alcanza. Vuelan los facultados para el vuelo, se desplazan con pasmosa lentitud los agasajados con la paciencia y abren su pavorosa boca los que recibieron el don de la monarquía. Proceden conmigo con respeto, si no indiferencia. Tal vez creen que he sido investido con alguna de las gracias de la divinidad y ellos son las criaturas que ha fabricado la elocuencia de mi providencia. Cuando regreso con el ansia de repetir la ceremonia, comido por el entusiasmo, con el ardor del amante que sabe que cubrirá a su amada, los observo en su balda y ellos, agradecidos por mi presencia, danzan para que yo me deleite.
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