Decir no, acuartelarse, esgrimirlo de modo que nada lo quiebre ni le haga flaquear o hundirse. El no como una bandera a pesar de que ninguna nos entusiasme. No a lo que ofende y a lo que duele, pero también a veces un no circunstancial, no demasiado relevante, ni crucial. El no entonces como un modo de disuasión. Decir no sin ahondar en el porqué. No que cierra lo que promete abrirse. No vetusto, no primario. Un no estajanovista como de ciega estatua. No porque es más fácil. Siempre exige menos la oclusión. La misma palabra no requiere un esfuerzo fonético mínimo. Sí es de haber pensado antes y barajar la pertinencia de negar. Se dice no con una facilidad pasmosa. Después de dicha, el no vibra en el aire, se expande, adquiere un volumen que no esperaba ni quien lo formula. El no ahuyentado todo lo que lo circunda y trata de recomponerlo. No con ínfulas de un no mayor a veces. No verdadero, no hipnótico. No para que los demás sepan lo convencido que se está. El mundo funciona más negando que afirmando. Avanzar (en ocasiones) es un prodigio, un logro meritorio, un milagro tal vez. El no se prestigia tanto. Su contrario (el débil sí) se retira, permanece alerta, propicia que las palabras continúen y medren. El no ha hecho bien su trabajo. Es porque se está mejor al apartarse, al cerrarse, dicen los negadores cuando conceden explicaciones. Negar es no involucrarse, se niega para no responder. Afirmar siempre es abrir una puerta. Están mejor cerradas. Es más confortable que no entre nadie. Ni que salga. Estamos lo que estamos. Que nadie vaya a venir ahora cambiando. Que icen al no, que lo exhiban, que hagan del no un símbolo. Es el arma primera con la que defenderse. Un no al viernes o a la neuropsiquiatría o al índice Dow Jones o a la numimástica o al populismo o a los haikus o las canciones de doce minutos o a los jerseys de cuello vuelto o a las conversaciones largas o a los amores adolescentes o a la literatura del siglo dieciocho o al evangelio según San Mateo o a los cubatas de importación o a los templos visigodos o los actos jurídicos o a los libros de pasta blanda o a las mujeres con apellidos de más de tres sílabas o al blues de Chicago o a las danzas eslavas o a los cuñados o a las vírgenes de los templos zamoranos o a los abrigos de recio paño leonés o a las sentadillas búlgaras o a los paseos a la caída de la tarde o a la cerveza servida en vaso de tubo o a los torreznos de Soria o a las voces que hablan dentro de la cabeza o a los hombres que no usan boina o a las reuniones subversivas o al frío siberiano o a los amplificadores de válvulas o a los helados sin azúcar. No sin más. Un no con colmo. No fértil, no hospitalario consigo mismo.
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