18.2.24

Teoría de una silla

 






Dejaron la silla porque habría alguna mejor adonde fuesen. O porque quedó la última y el camión de la mudanza estaba a tope. Cargaron con el resto. Lo embalaron, lo metieron en cajas, lo precintaron bien. Quien cerró la puerta no echó una última mirada. Tal vez las prisas por abandonarlo. El piso es un objeto, uno más. Igual que dejamos en el contenedor del papel los libros que ya no leemos o llevamos la ropa vieja a la beneficencia, dejamos las sillas, los pisos. Conservamos los recuerdos de lo que custodiaron. Por más que se pretenda, permanecen con nosotros. En ellos amamos y sufrimos, sentimos placer y dolor, reímos y lloramos, supimos que la vida es maravillosa o que no merece la pena preocuparse mucho por ella porque al final siempre nos pasa factura. Al inquilino que lo habite, al próximo al que le parezca bien la distribución de las habitaciones, la luz que dan las ventanas o el precio de la venta, le intrigará que se dejara la silla. Qué motivo habría, tal vez la olvidaron. No contarán con el teléfono fijo. Seguro que anularon el contrato. La silla es otro asunto. Habrá un porqué para la silla y no lo hubo para una lámpara o para un sofá de tres cuerpos. La usó un anciano. Leería, miraría por la ventana. No es una silla especialmente lujosa. No debió ser ni cara. Una de esas sillas de despacho, de las que se pierden por la tela barata o por el cuero de mala calidad. Ni cuero sería. Plástico. Hasta plástico del menos fiable. Del resto no se podrá decir nada, pero se disfruta especulando. Una pareja recién casada a la que no le van bien las cosas. Un profesor sin plaza. Una mujer separada. Un viejo que busca una planta baja. Uno piensa en el objeto, en el piso, en cómo se transforma según quien lo habite. Son los objetos los que informan de quien los tuvo. Unas manos los cogen y otras los sueltan. Las palabras son también objetos. Las usamos, las abandonamos, hacemos que expresen lo que pensamos, proyectan lo que somos. Una habitación vacía, en un piso sin inquilinos, es una imagen de algo, expresa algo, proyecta algo. No sabemos el porqué de lo que percibimos, especulamos con todos los porqués. La vida es literatura portátil, de la de acarrear con nosotros y dejar en cualquier sitio y coger otra y soltarla cuando apetezca. Como pisos que se abandonan. Como las palabras que decimos. Como las que no. La silla es lo que genera la intriga. El vacío puro es menos narrativo. Es la silla la que hace que empiecen a acoplarse las piezas sueltas. 

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