15.2.24

Frida Kahlo bebiendo para olvidar las penas

 





Quise ahogar mis penas en alcohol, pero las condenadas empezaron a nadar

(Frida Kahlo, 1952)

Cansado por las responsabilidades con que incansablemente se le obsequian, cuento con que un día al corazón se le ocurrirá retirarse, hacer ver que no está y, movido por un repentino desvelo por no malograrnos del todo, traspase poderes a otro órgano del cuerpo. Pensé a cuál podría encomendarle el trabajo que se le impuso. Acepté de inmediato que no sería la cabeza. Se la pinta siempre mal, se la asocia a la razón, que es un cosa cartesiana, de escaso o nulo afecto por las pasiones. Con tristeza, admití que no hay otro lugar al que hacer ocupar el trono vacante. Quizá se las componga el ingenio poético para dar con el sustituto idóneo, pero ninguno cumple el oficio como el corazón. Leí anoche que todas las canciones son de amor. En el extremo, pues este es un argumento radical, se podría prescindir de esa simbología. Saldría perdiendo la poesía. Detrás del corazón, se pondría en fuga el alma. Si el alma se bate en retirada, harta de que se la zarandee y se use su nombre en vano, no se podría hablar con la propiedad habitual de los asuntos trascendentes. Morir sería algo drástico definitivamente. No se podría iluminar la tiniebla de la muerte con las metáforas de los libros sagrados. De cuajo algunas de las religiones de más fuste del mundo tendría que replantearse su prontuario de parábolas. El longevo matrimonio con lo etéreo acabaría en un aparatoso y trágico divorcio. El feligrés, desprovisto de alma con la que guarecerse de los rigores de la realidad, entraría en crisis. Sin corazón, sin alma, quedan algunos órganos relevantes. Acudir al estómago es un argumento rudimentario, muy primitivo, si me lo permite. No porque comer no sea uno de los placeres más irrenunciables, si no se ve desde la estricta perspectiva de la supervivencia. El estómago es un órgano intermedio entre la boca y el culo. Está hermanado con los dos y no veo que sea fácil arrebatar del imaginario popular esa escatología ancestral. Queda el sexo. El amor no ha estado jamás lejos de su ámbito de influencia. Mucha de la gran literatura condesciende en sacralizarlo, en hacerle cómplice o autor de casi todas las pasiones humanas. La carne es débil, Adán mordió la manzana, en fin, todo eso con lo que se nos ha dibujado un peculiar dibujo de su presencia. No sé bien, la verdad, qué pasaría si no hubiese órgano al que aferrarse, con cuál podríamos escribir los poemas y las canciones. Prescindo de acudir al riñón o al hígado o a la médula espinal. Nada satisface mi fantasía iconográfica. Mejor darle larga vida al corazón. Que dure y que nos haga durar a nosotros en su contemplación y en su bendito abrazo. Al amor se le confiere siempre la facultad de sanar la tristeza. Un corazón dolido o partido o herido es una imagen idílica de la que ha salido gran parte de la mejor tradición literaria o pictórica o musical o cinematográfica. Sin el corazón, el arte se exhibiría a medias o no podría exhibirse siquiera. La palabra bolero moriría de aburrimiento. El sexo, sin amor, sería sólo espasmo y desagüe. Habrá quien no se moleste por esta última acepción. Quien ande sin corazón y sobreviva. Quien no haya notado cómo late ahí adentro cuando algo nos enternece o nos duele. Como la rana en la charca. Quizá por eso bebe Frida Kahlo. Porque está vacía por dentro. Porque le ha alcanzado la flecha del desamor. Porque sabe que beber es olvidar y lo que duele, sin corazón, son los recuerdos. En fin, ya digo, literatura, extensiones de un pensamiento muy sencillo.

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