A veces es permanecer lo único que cuenta. Hacer que perviva lo desajustado incluso, convenir que el logro mayor al que podamos aspirar sea ser y sea estar. Son los verbos de más fuste de nuestro populoso acervo léxico. Son el sustento de todos los demás. Cualquiera que se haga emerger desde las simas abisales de la lengua será una emanación de ellos. Ser es atribuirse un predicado, una extensión significativa, pie de algo que se precipita con legítima vehemencia, preludio de un festín futuro. Estar es una incidencia, una labor observable por uno, por los demás, en la que concurre la lluvia o el cansancio o la sensación de que se ha vivido algo o el rumor de la tormenta hace que se mire el quejumbroso cielo. Somos por estar. Estamos para ser. La danza de las palabras conjuga el ritmo del corazón.
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