1.2.24

Elogio de las hormigas que hablan

 A mis alumnos les digo que las hormigas que hablan entre ellas nos entretienen más que las calladas. Porque las hormigas hablan, concluyo. Tienen ellos todavía la edad en que lo extraordinario tiene mayor credibilidad que lo real. La parte que íntimamente no aceptan no rivaliza con la que les hace reír al darla por plausible, la que les conmueve al tocarles el corazón o la que los entretiene cuando lo que desean es que se les entretenga. Tenemos la credulidad para no tener que hacer un mapa de lo real y de lo que no lo es.  A todo se le puede conceder el rango de veracidad personal con el que trasegar con mayor entusiasmo por los rotos que la vida le hace al traje que llevamos. Ellos aprueban esa concesión sin mayor cuestionamiento. Es sorprendente el modo en que cancelan el gris de los hechos comprobables y se afanan en dar con los colores de los hechos imposibles. Se creen lo que los conforta. Sin el crédulo, sin que colabore el que se esperanza en la proximidad de lo fantástico,  el andamiaje de la realidad se vendría irremediablemente abajo. Si todo fuese tangible, cartesiano, qué tristeza habría. El crédulo adrede es más feliz que el incrédulo involuntario. De ellos proviene la entera restitución de la única narración que habla de nosotros mismos, de la parte más honda, la de las leyendas, la de las metáforas, la de los dioses que tutelan nuestro vagar por el mundo con su libro de hormigas, con su corazón asombrado. Yo soy feliz cuando les hago pensar en ellas, en todas esas hormigas invisibles que hablan entre ellas, quién sabrá si de nosotros. 

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