Un río invisible es una tentativa de infinito. El agua desoye la terca gravedad de la tierra. El aire se embelesa en una danza feliz sobre el cauce. El tiempo es una respuesta cuya pregunta no existe. Las palabras no cuentan, aunque anhelen el bosquejo de una trama. No hay argumento, ni motivo. Somos la evidencia de lo etéreo. No hemos aprendido nada, no sabemos nada, no tenemos nada. Se nos ha concedido la contemplación de ese milagro, pero se emborrona más tarde su recuerdo, se pierde entre los demás recuerdos. En algún lugar tendremos la elocuencia, pero no damos con qué la extraiga y no entendemos lo que afanosamente dice. Cuenta el silencio. Él a veces escoge las palabras. Es invisible la nomenclatura. Cada uno la escucha a su antojadizo modo.
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