17.6.23

La vigencia del mal

 


 «Cuando el Cordero rompió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sufrido el martirio por causa de la palabra de Dios y por mantenerse fieles en su testimonio. Gritaban a gran voz: «¿Hasta cuándo, Soberano Señor, santo y veraz, seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?» (Apocalipsis 6, 9-10).


Sólo se consigue ternera hoy en día de forma deshonesta. Lo dice un personaje de El quinto sello, la película de Zoltan Fábri de 1976 a la que volví anoche no sé cuántos años más tarde, por indirecta recomendación de alguien cercano y fiable o afín en gustos, también podemos decir vicios. Lo de la ternera, nada más abrir la trama de la película, me causó una impresión hondísima, de esas que no sabes razonar o que no debes razonar, pero te afectan, te hacen pensar en qué mundo vivimos y de qué mundo venimos, a pesar de las restricciones y de las injusticias, de las guerras invisibles y de la esclavitud de la redes sociales, con su penoso peaje moral, el que paga uno por estar en el baile y no perderse nada de lo que sucede, en fin, ustedes ya me entienden. Era una época terrible, imagino, la del final de la Segunda Guerra Mundial en la Budapest que traicionó a Hitler cuando comprobó en carnes propias (se dice así) que algunos países no eran buenos para continuar adelante y sacar cabeza. Luego las dictaduras satélites de Moscú aplicaron el rodillo con saña, cercenando las melodías de gramola en los bares, haciendo que comprar ternera sea un acto incivil, casi una obscenidad a ojos de a quien no se le ha ofrecido la posibilidad de adquirirlo. Ser un déspota o ser un esclavo, vendría a ser la trama de la obra, la que sirve de inicio y no resuelve enteramente, aunque veamos el pulso de los acontecimientos, la incontinencia del mal, que fluye y devasta, aderezada con otras tramas de narrativa menos trascendente en su segmento medio y abocada al terror de la política y de sus monstruos en el tercero, terrible y de una dureza sin consuelo. Creo que la vi cuando no debí, en el peor momento en que se puede ver una película difícil, tal vez el mejor, el menos trabado por la experiencia, pero la guardé hasta que (ah, grato azar) tuve la enorme alegría de recuperarla y disfrutarla mucho más que entonces. El cine oculto, el invisible a veces. No es, sin embargo, antiguo, en el sentido de gastado: se ve que está escrito con pulso actual. Desgraciadamente, nos sigue concerniendo, nos involucra en el dolor, nos transmite su gris sin matices. Tal vez no estemos sino repitiendo patrones, da igual cuánto tiempo pase, formulando en presente lo que ya fue contemplado en el pasado.

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