Todavía no sabemos lo que es la memoria. Poseemos un sentido primario de su uso: nos enternecemos o nos apenamos cuando hace que aflore algo que no estaba presente, pero siempre está en un privilegiado espacio del que no tenemos propiedad alguna. Cosas que uno recuerda que no siempre son fieles a como acontecieron rivalizan con cosas que uno inventa que se ajustan de modo fidedigno. Es curiosa la idea de ficción. Igual vivir es una especie de palimpsesto del que sospechamos que hay algo debajo que rascar, una especie de voluntad imperfecta, de acto febril. Envidio a los que lo tienen todo claro. Yo me declaro frágil. Mi fragilidad consiste en no tener un asidero fiable. En parte es bueno ese conducirse con los mapas precisos, sin tener conciencia exacta (digo exacta) de qué nos va a sorprender en el camino o de cuánto va a durar la travesía. Ayer recordaba algo que me pareció ajeno y, sin embargo, nadie (salvo yo) podía narrarlo con cierta eficacia. Pensé en una playa en un verano y en unos primos jugando. Estaba mi abuela, estaba el runrún moroso de las olas. Lo maravilloso es que mi sueño incorporó escenas falsas, de las que ahora no sabría con seguridad decir si de verdad lo fueron o no Todo lo ha trucado el tiempo. No creo que algo de lo que vi fuese cierto. La literatura consiste en añadir líneas al texto de lo real, con todos sus primores, como quería Machado.
El acto de soñar es lo más parecido a escribir que posee quien no escribe. Si no fuese una actividad pública, no habría letra escrita, nos bastaría con soñar y después rememorar lo soñado. La memoria es barro. Hundimos los pies, nos desplazamos con dificultad, no sabemos si caeremos en un lodazal profundo o si la tierra firme nos hará más confiado el paso y podremos continuar. En verano se me ocurren estas cosas. Será el calor o será ese ocio pequeñito de las mañanas, antes de arrancar con el tráfago del día. Siempre hay cosas que hacer. Siempre está llenándose de líneas la memoria. No sabría explicar qué hace que unas cosas se pierdan y otras, felices o no, subsistan, se queden por razones que no alcanzamos a entender nunca. Cuenta, al final, el depósito que dejan, esa constancia un poco azarosa de que se ha vivido y de que uno pueda contar cómo fue el ingreso en la alegría o la excursión por la tristeza.
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