Se obedece porque conviene y se duda porque se piensa, escribe Ray Loriga en Rendición.. Obedecer siempre fue más cómodo que pensar, o más limpio. Al pensar se abren opciones y no es fácil escoger la adecuada. Por el contrario, cuando se obedece, no se hace otra cosa que incorporar una orden, sin entrar en discutir su procedencia. Sigue uno un camino y no precisa indagar en otros, tomar un atajo o estimar que haya otro que nos haga llegar antes o en mejores condiciones. España es un país de obedecer más que de pensar. No faltan grandes pensadores, gente que ha ido lejos en discurrir las maneras de hacer las cosas o de no hacerlas; incluso hay una tradición artística, civil o moral que los expone. Lo que no hay es literatura de los que acatan, de todos los que prefieren no tener que tomar mando alguno, ni pensar por el bien de los demás. Nadie cuenta con ellos, con los obreros, con los mansos, pero no habría nada hecho piedra sobre piedra sin ellos, aunque suenan siempre los de arriba, los que escriben los libros que leen los otros o los que idean las recetas que preparan los otros o los que se sientan detrás de una mesa en un despacho y organizan las leyes que cumplirán los otros. Al final todo cuenta igual, tanto si mandaste como si no, no importa si fuiste jefe o subordinado, porque todos somos jefes o subordinados según en qué o cómo. En el extremo, a veces se obedece porque así se zafa uno de la responsabilidad. No trasciende el nombre de los que hacen las cosas, sino de quienes tuvieron la responsabilidad de que se acometieran.
Raymond Carver, en una especie de conferencia contada para sí mismo también, arguye que escribir es una especie de parto. No se sabe qué criatura será alumbrada, pero contiene nuestros trazos, se le aprecia rasgos de nuestra cara o gestos, pero luego ya no es pertenencia nuestra. Podemos corregirla las veces que deseemos, añadir párrafos o suprimirlos, cambiarle el final o consentir que arranque de cualquiera otra manera, pero será otra obra, no la previa, la que se urdió por primera vez. No se sabe bien a qué se obedece cuando se traman las cosas que pasan en la historia que estamos contando. Ni siquiera ahora sé bien a qué término acudiré con este escrito mío, un poco elogio y un poco no, de la obediencia o de la escritura o no sé de qué. Escribir es desobedecer, no acatar, dar mando a la imaginación, entender que no se precisa a veces entendimiento alguno, permítaseme la paradoja. La desobediencia es un acto supremo de creatividad. Se desoyen las admoniciones, se desentiende la razón de sí misma, se acoge el vuelo del corazón o el fluir antojadizo de las palabras. Hoy es el día en que celebraré las palabras. Hay días en que exigen su cuota de atención. Te miran, te dicen: cuenta con nosotras, haz que el aire nos mime cuando nos pronuncien, pero tampoco hay un rigor en eso. Al final, esa es su ley, harán lo que les plazca.
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