6.6.23

Elogio de la barba

… si no tuviera tres pelos, ya no sería una barba 


Me gustó oírme decir que tenía la barba agreste. El entusiasmo se acrecentó cuando recurrí a fijar en montaraz el adjetivo que más cuadraba a su intrépido desorden. Quien me escuchó, alertado por saberme inclinado a esas extravagancias semánticas, esperó a que añadiera un término más excéntrico que no supe acuñar. Se deja uno crecer la barba para acomodarse a la naturaleza. En su mayor parte, tiene ya cuerpo de nieve, se ha emblanquecido y no da señales del decaimiento que prospera en la cabeza. Hay algo sobrenatural en el pelo creciendo desde dentro. En las uñas. Son símbolo de algo que ahora no alcanzo a entender.  Con el cuerpo uno debe envalentonarse a veces, darle una épica íntima, decirle quién manda, cómo debe obedecer, qué dislate, doblegar su inclinación a lo pedestre, pero hay ocasiones en donde lo que fascina, en lo que se encuentra un placer absoluto, es abandonándose a su voluntad, dejándolo tomar decisiones, contemplando cómo se encabrita, enerva, levanta, constata brutalmente, sin retórica ni protocolos, el pulso animal de la sangre. La barba es el símbolo de una metafísica.

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