Querría yo vindicar hoy la vaca vieja gallega. Más que su apostura en pastizal o su contundencia animal en la hondura del paisaje, aprecio la plenitud en plato, esa visión sublime del trozo grueso de carne exvota a la que se le ha dado su mes de maduración y unas manos artesanas han rendido a los primores del fuego o de la piedra. Es de una sencillez asombrosa mi elogio. En realidad de lo que hago encomio es de mi apetito cárnico. Lo he ido puliendo con mesura, no he incurrido a mi pesar en el exceso anhelado. Tenemos la vaca gallega y yo una relación problemática en la que ella sacrifica su entero ser de res vacuna para que yo sacie mi deseo. Sin saber un porqué, sin necesidad de que haya un motivo, se me viene a la cabeza a Barthes cuando se explayaba en las entrañas del placer, en el hedonismo, en la supresión del yo o en su emplazamiento como constructo meramente lingüístico. Ahí estamos los tres: la vaca, Barthes y un servidor. He pensado en si el filósofo (crítico, semiólogo, crítico y hombre sensible y apetente al tiempo) refutaría todo su discurso cuando le arrimáramos un escándalo de chuletón con su buena cobertura de patatas fritas en cubitos o de bastón con alguna salsa como aderezo. No he tardado en alcanzar una conclusión: el placer es el bien supremo, no hay otro que rivalice con él. Siguiendo sus divinas enseñanzas, me atrevo a reemplazar el haba en la que él, concentrado, creía poder ver la inmensidad del cosmos, toda la elocuencia de su vastedad sin límites, por una pieza de carne extraída del costillar de una vaca. Ahí está el placer de las afinidades selectivas, el antiguo argumento de la lujuria en combate con la sobriedad. No quiero ser lujurioso o sobrio sin interrupción. Qué delirio poder atemperarse uno o desmadrarse con la misma vocación de agotarse. La sublimación del placer, que puede ser intelectual o físico o moral y hasta es posible (no poseo con qué sostener mis opiniones) que esas tres cualidades estén hechas de la misma sustancia, sabrá a carne vieja de vaca gallega. Qué digna muerte la de la criatura, qué bien hecho está el mundo, cómo amo la bendita cadena trófica.
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