12.6.23

Elogio de la tortilla de patatas deconstruida





A lo que mi limpia aspiración a entender las palabras no llega es a manejar todos los mecanismos de trenzado con el que elaboran su discurso. Me gustan más cuándo connotan: denotar aburre, no da juego, apenas permite hacer volar el espíritu. Prefiero el alambique al trayecto franco, el trazo curvo al volcado recto. Deconstructivamente, dejadme calzar el incómodo adverbio, pienso que nada puede ser interpretado cabalmente: se malogra ese empeño cuando aplicamos herramientas inadecuadas. Todo puede ser puesto en duda. La paradoja es que también la misma duda puede ser desmontada. Deconstruimos una tortilla para que no sepamos que tenemos en el plato una tortilla. Hay un respeto escrupuloso en no malograr las armonías y los sabores de los ingredientes (patatas medianas, huevos, harina, nata líquida, cebolla, sal, agua, aceite de oliva) y un afán por crear, por inventar texturas, formas, por jugar con las temperaturas. Para que el plato, que no es un plato, exista hay que usar un sifón de espuma o una batidora de varillas. La idea es que la tortilla de patatas pueda confundirse con un coctel. Al lenguaje también en ocasiones se le encomienda que no se entienda hasta que se le ha prestado la suficiente atención. Lo que pide la tortilla de patatas es que pienses en ella. Una tortilla de patatas de pronto envalentonada, que requiere su mimo, su sentimentalidad. El hecho de transformar la apariencia (ahí viene Derrida, ahí se nos empieza a ir un poco la cabeza) no implica que desestimemos su esencia. La patata y el huevo nos van a seguir deleitando en la boca, su significado hará que tengamos los pies en suelo. Tendremos los recuerdos de todas las tortillas de patatas que hemos comido desde que probamos la tortilla de patatas bautismal, la que no tenía ni nombre y tal vez miramos con reprobación, con cautela, con el asco de lo que creemos no va a satisfacernos en absoluto, tendremos la palabra tortilla en el lugar donde preservamos las palabras que entendemos, pero habrá una fractura en la parte real o en la parte léxica. Así la nueva cocina usa instrumentos de ciencia-ficción para que los platos sean, cuanto menos, una experiencia cuántica, un viaje iniciático, una decantación de sabores inefables. El lenguaje es a veces un juego floral en el éter cósmico. La vida misma  tiene la deconstrucción en su ser sin que tengamos noticia de su presencia. Las herramientas son variadas, extravagantes, incomprensibles, fácilmente repudiables, pero luego, una vez que han participado en la consecución de un propósito, en la restitución de un sabor o de una emoción, no recordamos que ellas fueron parte de ese sabor o de esa emoción. Así que celebramos que la deconstrucción nos guíe con su liderazgo invisible. Este texto estará deconstruido en su andamiaje interno. Habré decidido un modo de contar para que a lo contado no se le aprecie costuras, caminos trazados, negados, esa compostura de lo que está a la vista y creemos conocer, pero la tortilla continúa ocupando mi entera atención mientras el día clarea en su traje de lunes. 


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