17.6.23

Cuento doble de gusanos


Cuento primero

Una vez metí un gusano y unas cuantas hojas tiernas de morera en una caja de zapatos. Al principio observaba sin afecto alguno las evoluciones de esa criatura aburrida. Disfrutaba con la idea de que yo no era un gusano y nadie abría la tapa de una hipotética caja de zapatos para contemplar mis evoluciones. Buscando a quién agradecer esa felicidad, pensé en Dios. Siendo como soy creyente y respetuoso con los preceptos de la confesión a la que pertenezco, no quise rebajar el nombre de Dios con la visión del gusano, por lo que me esforcé en no mirarlo como un ser superior sino como si ambos fuésemos iguales y yo hubiese tenido la suerte de estar fuera de la caja. Al principio, me conformaba con apreciar si las hojas iban a menos y, en consecuencia, si el gusano iba a más. Y así fue durante los primeros días. El asunto del tamaño no me importó al principio. Tampoco que yo tuviese la limpia facultad del pensamiento. Dicen que el cerdo o el delfín son animales inteligentes, pero igual no se han puesto a estudiar a fondo las meninges del gusano. Sería fascinante que el gusano, en adelante le llamaremos Jorge Alberto para ir progresivamente haciendo que surja el afecto y tal vez, en el término del relato, un verdadero amor, se devanase la mollera, una mollera pequeña sin forma especialmente de mollera, discurriendo en la naturaleza de su observador. Ya digo que tal vez lo haga y lo que no está a nuestro alcance es extraer esa información relevante. Hay más cosas que no sabemos que las que tenemos a recaudo. Con el tiempo advertí que el gusano se esmeraba en pasar desapercibido. Escondido debajo de alguna hoja grande o entre varias de tamaño menor, se quedaba quieto nada más percibir que yo abría la caja. Daba igual que yo lo hiciese con absoluto sigilo o violentamente, por sorprenderlo más bien. Nunca estaba a la vista. Me convencí de que era algo normal en los gusanos, pero pregunté y hasta me acerqué a casa de un amigo que tenía otra caja de zapatos y un par de decenas de gusanos alojados en ella. Me la abrió y vi con envidia que los gusanos iban y venían sin que nuestra presencia los alterase. El mío, mi Jorge Alberto, debía ser la clase de gusano retraído o esa otra sensible que no se inclina por exhibirse, ni siquiera por llevar un tipo de vida normal, a pesar de que se le recluya en una caja de zapatos. Quizá le conviniese la cercanía de sus semejantes, pero me incomodaba tener que repartir mi atención entre treinta gusanos. Como si eso perjudicara la visión perfecta de una solo. Zanjado el asunto de darle o no amistades a Jorge Alberto, decidí retirar las hojas de morera. Un poco sin interés y otro con perplejidad, lo hice una mañana. Sin hojas, la caja volvía a recuperar su rango de caja de zapatos. Dejé al gusano en una esquina, sin alcanzar a comprender todavía nada. No volví a abrir la tapa de la caja hasta bien entrada la tarde. No fue una decisión fácil. Temí que hubiese muerto, temí algo peor, que languideciera, que diera el estertor ante mis ojos. Alegremente observé que se movía. Ningún desplazamiento brusco. Muy poco perceptibles movimientos. Arqueos diminutos. La elocuencia de la lentitud. Es curioso advertir esa voluntad suya de supervivencia. La nuestra, a poco que se piensa, no difiere mucho. Nos abren o nos cierran la caja. Se nos concede la compañía de semejantes. Nos dejan solos, en ocasiones. Sólo por ver cómo evolucionamos. Si andamos o estamos quietos. Si miramos hacia arriba, en busca de una explicación, o anclamos la vista abajo y damos la impresión de que no somos importantes o de que nadie gana con vernos y apreciar lo que se nos va ocurriendo. No hay una hoja de morera bajo la que refugiarnos. Lo que hemos hecho es inventarnos una. Cerramos los ojos, fantaseamos, rezamos, especulamos la posibilidad de que no exista la caja y de que nadie la abra o la cierre. Hay quien no admite que una mano (qué mano habrá, cómo será esa mano) manipule la luz y arroje hojas o las retire a capricho de su voluntad arcana. Hay quien sólo piensa en esa mano, en cómo maneja la trama de la caja.

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