Consternarse es sentirse humano. Hay quien no se consterna nunca, no consiente la fragilidad, todo lo que de la pena ajena nos concierne. Afligido, el corazón se sublima, da de sí lo que en la alharaca de la felicidad no alcanza. Tiene el dolor esa virtud, la de crecerse en el abatimiento, la de erguirse cuando se abate o se fractura. Toda esa pesadumbre a la que no se le ajusta casi nunca un lugar conviene a veces. Hoy mismo me ha perturbado el vuelo imposible de un pájaro pequeñito en la misma puerta de casa, apenas una criatura echada a la realidad, casi nacida horas antes de que mi atención la fijara y me produjera cierta tristeza. Tardé poco en hacer que se desvaneciera, quizá lo hice adrede, no deseé que la imagen me acompañara. Tal vez lo que de verdad me dolía era no saber si yo mismo estaré en alguna tentativa de vuelo que no se me ha concedido. Si alguien me mirara con la misma ternura y se consternará al verme desvalido.
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