13.6.23

Elogio de lo macabro


 

Vi hace pocos días a un niño con una camiseta en la que se veía la cabeza de H.P. Lovecraft erizada de demonios. La del padre mostraba la portada del Wish you were here de Pink Floyd. Caminaban despacio, hablaban. A veces pienso en la posibilidad de que tener un hijo signifique verse en él, tratar de dar con el niño que dejamos cuando crecimos. Uno se cree a veces pequeño, 

No sé si sacrificar al Capitán Calzoncillos, a Harry Potter o a Greg por todos esos dioses primigenios producirá un mal irremediable en la cabeza de un infante o si la irrupción de esa imagen del mal en estado puro hará de quien la asuma una criatura deliciosamente macabra. No tuve yo noticia de lo macabro hasta que el cine y la literatura me empaparon. Es mejor que esa experiencia provenga de la ficción. La vida da después sus previsibles raciones de espanto. No tendrá un libro sobre los arcanos de los dioses primigenios ni habrá saberes ocultos sobre las leyes que rigen la narración de los muertos, pero ah, esa oscuridad, todo ese entenebrecida sustancia sin dulzura, con qué sobrecogimiento se percibe en la edad en la que todo es verosímil y la realidad no es todavía el verdadero libro de los horrores. Los mismos cuentos infantiles contienen monstruos, avisan de pozos y de venenos y abren la Pandora de lo macabro. 

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