«De vita beata»
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos
Con quietud, sin hacer intervenir en demasía la preocupación, apartado de la sobriedad con la que en ocasiones afrontamos las grandes preguntas, las de la muerte, las del destino del alma, el hombre se declara profano en cualquier metafísica que comprometa su bienestar en el mundo. Porque es feliz si no piensa más de la cuenta en la felicidad y se rompe cuando algún quebranto moral irrumpe en su plácida cabeza. Conozco gente que vive por el mero disfrute de la vida y ni se les ocurre arrebatar esa liviandad intelectual. Cuando se han envalentonado y entrado en faena, más que verse incómodos o inhábiles, han descubierto que no les ha llevado a ningún sitio al que querrían ir todos los pensamientos de los que afanosamente hicieron acopio para contestar algo que les preocupaba o para participar en alguna conversación de la que de pronto se sentían invitados. Qué dicha la de la mansedumbre, qué sentimiento puro, qué logro del alma el de no permitirnos pensar en ella, en si nos conviene su manejo o vale más apartarla, darla por poco útil y así vivir como todos esas criaturas que apenas hacen más de lo que se les asigna y dejan que transcurran los días y las noches con absoluto desparpajo, conscientes de que nada de lo que se les ocurra modificará el viaje que no pidieron y del que no conocen ni el itinerario ni el finiquito y así trasegar la fragilidad de las horas, su asiento sin dueño. Algo así como aquello del poeta cuando anhelaba vivir en las ruinas de su inteligencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario