2.6.23

Elogio de la impureza

 Hoy me hicieron pensar en la pureza. Algunas veces no puede uno librarse de una idea que ha concurrido fiera o delicadamente en la cabeza. La aparta como puede o la abraza y le da algún tipo de asilo intelectual o moral, pero no acaba por dar con un cierre a la trama que se ha abierto a modo de brecha en el lóbulo de las tramas. Se cree que el sueño precipitará el borrado preciso y no se tendrá noticia de esa invasión cuando claree el día, pero hay ideas que duran días o semanas. Habré tenido alguna que permaneciera un mes. Yo creo que hasta hacen casa ahí adentro. Se gustan en la clausura de la cabeza. Las más atrevidas copulan entre ellas y dan la progenie prevista. Una idea puede transformarse en otra. Quizá la idea de pureza tenga algo que ver con una sobre el perdón que me tuve entretenido ayer y de la que todavía no me he desembarazado. Una idea nociva es un gusano que te socava. El modo de desprenderse es azaroso siempre. No hay un prontuario, no existe un plan al que acudir. Sucede con canciones que improvisan un bucle tóxico y te sorprendes tarareándolas. Sucede con algunas personas a las que de pronto das la licencia invisible de que no se aparten de ti, aunque no estén ni sepan que han sido reclutadas para acompañarte. Hay libros que son extensiones de ese desquicio. Los lees aun después de creer que ya lo has leído. Lo que te contaron permanece. Yo tengo cien, yo tengo mil. Ahora ha irrumpido uno y estoy tentado de comprometer el hilo de mi escrito con la enseñanza o el placer o el tormento que me causó. Lo extraordinario es que cada libro se entremezcle con todos los libros que ya has leído al modo en que una persona a la que hablemos, sin que tenga noticia de ese prodigio, es todas las personas a las que hemos hablado. La pureza es un desvarío. La pureza es un obstáculo. Hay que recusarla, hay que ignorarla. 

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