14.6.23

Elogio del aburrimiento

 Al aburrimiento no se le da aprecio casi nunca, hasta se lo combate, pero es la profundidad lo que se está subvirtiendo. No tenemos hondura, la estamos apartando, como si apestara o como si hiriera. Nuestra manifestación topográfica es la horizontalidad, cierta conveniencia en lo plano o en lo que no contiene posibilidad de extraviarse en la geometría de lo desconocido. Se contenta el ánimo cuando recaba distracciones que no le hacen pensar en ese ensimismamiento que el aburrimiento entraña. Toda la mecánica del ocio actual gira en torno a la idea de que no puede haber espacios vacíos, territorios estériles, zonas que la industria no puede colonizar. Probablemente todo cuando debamos conocer no esté fuera de uno mismo. La utopía consiste en que podemos procurarnos entretenimiento sin la injerencia de herramientas externas. A mayor propiedad de esa soberanía del pensamiento, menor dependencia de los oropeles de lo real. Los niños de hoy en día no saben aburrirse. La verdadera patria es la infancia, lo dijo Rilke, pero la repudiamos, creemos en que no tiene valor. Todo lo que nos enseñan es aprender a crecer, no hay ninguna pedagogía peterpanesca en la que se valore la continuidad de la ingenuidad, la prestancia de la fantasía, la opulencia del juego. El capitalismo es la bestia que se ha arrogado la misión de derrotar al aburrimiento. Alguien a quien no le importuna aburrirse o que, llegado el caso, hasta participa felizmente en ese estado de dulce quietud no es un cliente al que ofrecer una mercancía. Hay que aburrirse, les digo a mis alumnos. No saben estar solos, no soportan esa irrupción de la mansedumbre del tiempo. Si no eres productivo, no vales para el sistema, se puede escuchar, aunque no sean esas las palabras. Es el vacío lo que no soportamos, esa ciudad sin nadie, ese territorio en el que se oye el latido de tu corazón cuando caminas. La gente que se aburre es más creativa. Yo no creo haberme aburrido nunca, pero he creído comprender que el mismo aburrimiento era una pieza del ocio, un instrumento válido para ocupar el tiempo entre una actividad y otra. De hecho, el aburrimiento es una actividad. Pensar es una aventura. El arte de vivir con uno mismo exige la disciplina de estar feliz sin que nada nos ocupe, enteramente entregados al tumulto de las ideas, alegremente encomendado a la observación de la realidad o a la constatación de lo que quiera que sea la vida interior que cada uno haya ido construyéndose para cuando arrecie el aburrimiento y no sepamos cómo liberarnos de su amenaza. 



1 comentario:

Joselu dijo...

Es paradójica e inconsistente esta apología del aburrimiento cuando el autor confiesa que él nunca se ha aburrido. Todo el admirable edificio verbal que se había edificado se resquebraja porque sin duda alaba el aburrimiento pero no lo conoce, solo ha oído hablar de él, leer más bien.

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