30.6.23

Breviario de vidas excéntricas / 46 / Wendy II

 Wendy ya está madura. Un joven arponero de Vladivostok aficionado a la numismática magiar la lleva a congresos estivales y la corteja en todas las terrazas de los paseos marítimos. De lejos creen escuchar ballenas. 

Wendy ya está en edad de merecer. Un joven cartógrafo con un máster en criminología la instruye en la biografía de Ptolomeo mientras el mundo tangible colisiona con los mundos etéreos.

Wendy comprende el rumor oculto que se aboveda en las alturas catedralicias y anhela que un ángel la desflore en un altar de pétalos místicos.

Wendy se ha tendido en la hierba. Un ejército de avaras hormigas la olisquean, le hacen unas cosquillas que la turban y mueven a pronunciar, entre risas y gemidos, unos versos del surrealismo más canalla.

Wendy abre su pecho cada noche al claustro de los númenes. 

Wendy masca los cabellos de la nieve, es hija de la virtud de los primeros hombres, tiene el cereal novicio del mundo en la comisura de su alma.

Wendy cree vergel lo que los ojos rubrican como páramo, ve dioses en la voz andrajosa de los pobres, se desajusta el alma cada vez que la tormenta abate la terquedad del silencio.

Wendy ya está plena y rotunda. Un joven crooner de Las Vegas le canta Strangers in the night mientras el barman prepara una ambrosía de ginebra y zumo de cereza  y duele en el aire la noticia de la muerte de todos los pájaros del siglo XVIII.

Wendy ya es una señorita concupiscible. Un joven nigromante del Cáucaso le cuenta en el primor de una  lengua romance que su himen se deshará en una blonda de néctares cuando un mirlo cante al alba.

Wendy ya está encinta. Un joven clarinetista de una big band de Wichita Falls le ha dicho que el hijo que tengan se parecerá al Miles Davis de la portada de Tutu. 

Wendy se dejó largo el pelo en su verano en Marienbad. Un nocturno de Chopin al declinar el día amenizaba el hall del hotelito en donde estudiaba literaturas germánicas medievales.

Wendy ha leído mucho sobre la trashumancia, sobre el aroma de las avellanas, sobre columnas de alabastro, sobre insectos en ámbar, sobre triglicéridos, sobre aldeas perdidas en los Cárpatos, sobre las iglesias al borde de los acantilados, sobre la tectónica de placas, sobre los cinco hijos de Juan Jacobo Rosseau, sobre los efectos narcóticos de la poesía birmana, sobre los embajadores venezolanos que adoran el dixieland. Memoriza los capítulos más granados y los recita, desnuda y entusiasta, en la puerta de un destacamento de soldados de la Reina. 

Wendy 

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