Uno ve una tablilla sumeria violentada por su escritura cuneiforme con infinita gratitud. Antes del papel, de que los árabes lo difundieran en su forma aún precaria, se escribía en la piedra, en la tierra , en seda, en madera , en huesos o en la piel. Cai Lun fabricó una nueva superficie con corteza de los árboles, cáñamo, redes de pesca y paños deshechos. Mezclando todo esto con agua, golpeándolo con madera y filtrándolo en tela y expuesto al sol para extraer la humedad, logró el primer papel. Cai Lun es hoy venerado en Oriente como patrón de los fabricantes de papel y el mortero con el que fabricó el primer papel se conserva como una reliquia. Según los registros históricos, un siglo antes de que naciera Jesucristo, el eunuco Cai Lun le presentó una novedad a su emperador He de Han que preservaba la escritura de moho y de parásitos. Lo milagroso no es el proceso técnico sino la voluntad de que lo dicho (las palabras y la emoción de las palabras) no se confiara a herramientas mediocres, que aliviaran la responsabilidad encomendada a la memoria de los pueblos. La prosperidad del pueblo chino proviene de este hallazgo. Y la misma literatura ha sobrevivido Mercedes a él. Se ignora si el propio Lun escribía o si el hecho de inventar un amago fiable de lo que más tarde sería el papel provino del deseo de que la literatura perdurase. Se suicidó con veneno al verse comprometido en una intriga palaciega en la que él tomó pública parte. Se erigió un templo en su honor. Hoy nadie recuerda a Cai Lun. Es un nombre perdido entre otros nombres ilustres. Se le concede el olvido a veces justamente a quienes pugnaron en vida porque no todo lo ganara ese olvido. La memoria de la humanidad es de papel. Hoy se la confía a prodigios invisibles, al sofisticado mapa de la tecnología. Acabaremos volviendo al invento de Lun. Hemos perdido el soporte mágico del papel y acabaremos atrofiando o sacrificando la hermosa caligrafía, que es un arte en sí misma. Lo maravilloso es cómo la naturaleza marca una pauta, da un camino para quien tenga la sensibilidad o la pericia. Fue la avispa común la que abrió los ojos del buen Lun al ver cómo construía su nido. La reina fija los cimientos y señala el trabajo de las obreras. El armazón es una bola de láminas finas a cuyo cobijo ella pondrá sus huevos. Cai se fijó en esos soldados que masticaban finísimas hebras de bambú que mezclaban a modo de elemental argamasa para levantar los tabiques del nido y separar las celdas. Todo para que nada del exterior afecte a su crianza. Cai había visto el papel por primera vez. Se llamó “zhi”. Los libros son una extensión compleja de ese novicio milagro. Una parte considerable de lo que hoy llamamos cultura emana también de ese prodigio. El papel hizo de China un imperio pujante. Durante siglos comerció con él y mantuvo en secreto la técnica de Lun. Hacia el siglo XII, por la vía de la seda, por la España musulmana llegó a Europa. A finales de ese siglo, se creó en España el primer papel de Europa, desplazando al pergamino. Toda la expansión de la cultura griega y latina se debe a este eunuco, me da por pensar. Es posible que él fuese únicamente una pieza pequeña. Era un inventor, al cabo. Por especular, se me ocurre que en el primer trozo de papel que tuvo en sus manos manuscribió un poema. Su caligrafía sería hermosa. Hablaría del viento astuto pintando en las hojas de un árbol un pájaro. Luego no quedaría nada. Se esparciría la imagen al abrir y cerrar los ojos. Quedaría el destello, esa brizna de esplendor, un milagro también. Pienso que Cai Lu era un poeta, pero muy reservado. No querría dejar constancia de su talento.
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