Los libros tienen historia no solo por la vida de los personajes que contienen. Ellos mismos son viajeros en manos de sus lectores, cautivos en una estantería, o anhelando ser rescatados de su temporal exilio en una librería. Este del que habla mi amigo Emilio tiene la suya propia. No puede contarla él mismo salvo que yo o Emilio la compartamos contigo. Sirve sin duda esa historia como metáfora recurrente de la naturaleza misma de la literatura, que no es sino un hilo invisible que liga un libro con otro a través de un tejido vulnerable y quebradizo, cuya trama solo cobra sentido tras ser vivido.
Este libro, librillo por formato que no contenido, cobra vida desde que lo leí, para gozo en mis adentros y también por los garabatos que fui trazando mientras dejaba atrás dos o tres de sus páginas, dibujados mientras escuchaba algún tema del músico que esbozaba en esa página. Quedó pendiente que cuando visitara a Emilio le devolvería su libro con estas ilustraciones, y así lo intente. A causa de la emoción del encuentro y la frustrada voluntad de que me llevara firmado y dedicado otro ejemplar y quedará para su disfrute el mío ilustrado a mano, acabé volviendo a mi casa con el ejemplar ilustrado y también dedicado.
Queremos pensar Emilio y yo que el azar conjuró para nosotros la necesidad de otro encuentro, donde esperemos que mi ejemplar ilustrado vuelva a manos de su justo destinatario, y el recuerdo de la historia de un venial error, carne de esta y otras ficciones, quede en esa dedicatoria devuelta al remitente.
Cuando compro en librerías de viejo, compruebo si los ejemplares contienen alguna huella de los lectores que posaron sus migajas de pan por esas páginas. Y si la suerte me acompaña, disfruto hilando a arbitrio de mis ensoñaciones la historia que pudo ser aunque no lo sea. Ojalá el siguiente encuentro nos regale a Emilio y a mí una nueva anécdota que prolongue la placentera experiencia de la lectura de su recomendable librillo.
Queda pendiente que mi poeta riográfico preferido, Miguel Cobo, nos conceda el placer de su presencia.
(Ramón Besonías)
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