15.11.23

O mio babbino caro



Yo soy el niño con el calendario de los muertos en la mano izquierda, 

el niño sensible con la luz en los agujeros del vientre, el niño extraído del fuego absoluto.

Tres veces fui sancionado por la voluntad de los próceres del ruido.

Viví en los campos, masticaba auroras, amé las sutiles frases de la lluvia, deseé cuerpos sin acabar, grumos dulces de la sustancia primera de las cosas.

Un día comprendí las causas, abrí mi pecho, dejé que el murmullo de la tormenta lo cruzara. Cien hormigas aplicadas pacieron en ese vasto festejo de la rendición.

A veces gimo en la oquedad de los vientos.

Un eco atraviesa el aire y desangela el paisaje.

Mi cara es un cruce entre piedra y salmo.

En las algaradas callejeras pronuncian mi nombre.

Soy el apóstol caído, harán de mi expolio sus templos.

Soy fervor de lo que no se dice nunca.

Un ejército de feligreses con su oriflama, con su hierro fiero, con su casta de conjurados, ocupará la tierra.

Yo miro desde mi silla pequeña de niño crepuscular.

Mis ojos son los ojos de todos los mártires.

He aquí la flecha partiendo mi corazón de luz.

Irradia flechas de luz mi corazón robado al vértigo, arrojado al barro.

Sólo se ve barro.

Duro y frío barro en la apostura de mi sangre.

Y ya no sabré acariciar el agua que cae desde las copas de los árboles ni podré saltar desde los altos precipicios de mi carne.

Las criaturas oscuras de la cloaca máxima velarán mi descanso eterno.

Los ángeles barítonos harán prospera invasión del aire roto.

De ellos será mi definitiva comparecencia ante las autoridades celestiales.

Por su gracia antigua veré las columnas del paraíso, el Arno cumplido de blondas de majestuosos céfiros. 


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