Hay librerías que parecen tu casa y también uno hace de su casa una librería. Faltan baldas para los libros por venir y falta vida para leer los que todavía no han sido abiertos y esperan que se les conceda el milagro de que existan. Mientras ese prodigio no ocurre, ocupan su lugar elegido y entablan con quien se hizo de ellos una especie de tácito flirteo. Entrar en una librería es lo más parecido a contemplar la elocuencia del tiempo. Ahí fulge el borroso pasado y el huidizo presente. Ahí reside el esperanzador futuro.
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