11.11.23

Elogio de la euforia


 


A ratos irrumpe la euforia. Es la felicidad a la que aspiramos, es ése el anhelo primario, el irrenunciable, pero recuerda uno la euforia con agrado, casi embelesado por su influjo., la privilegia sobre todas las demás sensaciones, piensa en ella como una ebriedad dulce, como un desatino maravilloso.  No se manejan bien los instrumentos que la acercan, no se sabe la manera de que acuda, sin embargo, sólo está esa plenitud, la percepción de que todo cuadra y tenemos un lugar en el mundo, uno que brilla, uno hermoso. No sé si hay bibliografía extensa sobre ella, debiera haberla. El eufórico es un loco sublime, uno consciente de su condición de elegido, un loco a salvo del quebranto, como todos los locos, aunque sea durante unos instantes. Al término del día, en ocasiones, pienso en si tuve euforia en alguno de sus tramos, si esa plenitud que cité antes me invadió, si percibí el mundo y constaté mi lugar en su engranaje. Pienso en la euforia, en lo escasa que es también, en que no abunda, en que ninguno de sus sustitutos la iguala en goce, en que ese optimismo que irradia es sólido y no flaquea, pese a la experiencia personal, que dice que el placer siempre dura poco, aunque su efecto narcótico perdure. Quizá por eso tenemos esa inclinación a embriagarnos. Una vez ebrios, perdida esa conciencia austera de las cosas, sentimos que no hay ninguna deuda que saldar o que la realidad no duele como suele o que no nos incumbe ese dolor o la realidad misma. Uno tiene siempre deudas que saldar. Algunas, las propias, tardan más en zanjarse, da la impresión de que se aplazan por no darles la importancia que tienen o por considerar que tiene el rango más alto y no saber encontrar el momento o no saber cómo cancelarlas. Otras, las causas ajenas, el mal en el mundo, el caos que lo cruza de parte a parte, ocupan más empeño, se acometen con un rigor más severo, aplicando un esmero mayor. Falta euforia en el mundo, falta el júbilo, falta esa alegría limpia a la que no se conoce flaqueza mientras sucede, ese desbordarse con afán, ese no tener nada que la rebaje o la haga desvanecer. Como un orgasmo del alma. 


 Ayer pensé que en cuanto empiece el año venidero, queda un mes y algo, no antes, para qué antes, me dedico más a mí mismo, rebajo o cierro definitivamente alguno vicios que no tengo por buenos y me cuido de que no prosperen otros que, a poco que se les deja, irrumpen fieramente y se instalan a sus anchas, sin que sepa cómo vetarles el paso o indicarles el camino de salida. Suele suceder después al contrario: unas costumbres se dejan para que otras nuevas ocupen su lugar. No se sabe bien a qué obedece esa inclinación a empezar de cero de vez en cuando. Nos ponemos a dieta, bebemos y fumamos menos o hasta nos obligamos a no beber tanto o a fumar menos; entonces salimos a pasear, los más osados corren o van al gimnasio, trasnochamos con menos frecuencia y buscamos la manera de que todas esas novedades en nuestra rutina (dolorosas casi todas) no nos pasen una factura muy alta. Se diría que no nos gustamos o que, vistos en detalles a los otros, los cercanos, los casuales con los que nos tropezamos, elegimos de ellos lo que querríamos para nosotros. Me pregunto si habrá algo propio, íntimo de uno, digo, que los demás anhelen; si algo de lo que hacemos o las cosas que decimos (se hagan o no) será deseable a otros ojos y nosotros, los dueños legítimos, los modelos a imitar, ni le hacemos aprecio. Tal vez gusten de la euforia que mostramos a veces cuando reímos por todo o de pronto reconocemos que el azul del cielo fulge para que lo miremos. Es llamativa, da envidia la euforia al verla. Tal vez ahí resida su encanto antiguo, su verdad sin roto: en no hacer nada o en hacer lo que antojadizamente escogemos. Está bien el antojadismo. Hacer lo que nos venga en gana, no estar forzado nunca a cumplir lo que otros estiman que debemos hacer, no incurrir en el vicio de quedar bien con los demás y desatender ese otro vicio de procurarse quedar bien con uno mismo. Cuando empiece enero, no antes, a qué antes, me decido. Mientras tanto, abro el sábado. Es bonito el sábado. Promete tanto. Igual escucho a Brahms hoy. Llevo unos días pensando en él, no sabría la causa. Pondré el quinteto para clarinete y cuerdas, con su balada de amor dentro. Falta amor, falta su eclosión, falta su estancia. Creo que uno de los vicios (quizá mera necesidad) que tuvo Brahms, tendría que comprobarlo, hablo de memoria, era el de ir a diario a una taberna cercana a su casa. Tocaba para sacar dinero. Igual en ellas se obró el milagro de las Danzas húngaras. De él dijo Tchaikovski que era un bastardo talentoso, un músico con el don de la lentitud y el de la presteza, una criatura que conocía el ritmo de las estrellas. Seguro que despertó admiración y reprobación entre quienes le rodeaban. Alguien diría de él que era un bastardo antojadizo, uno de esos hombres dedicados en exclusiva a sí mismos, hechos a no dar explicaciones, a seguir el dictado de sus corazones, ajenos al mundo y a su tráfago. Bendito él. Bendito el sábado de noviembre. Todavía no se ha producido la euforia, pero la veo venir mientras lo inauguro con su música de fondo, a un volumen bajo, por no despertar a nadie. 


1 comentario:

María dijo...

¡No sabes la alegría que me da haberte encontrado! Es tan poco habitual encontrar a un reivindicador de la alegría .. ahora todo se ha vueklto oscuro y taciturno, es más molesta e irritan las sonrisas, me conformo con eso, instantes de alegría... la euforia tiene un grado de estridencia que a veces asusta, desde dentro ,porque todo lo que sube baja y desde fuera, porque los eufóricos suelen ser un tanto escandalosos jaja pero es verdad que nada tan agradable como sentir esas cosquillas que hace que te brillen los ojos y se te dispare la sonrisa, a mi se me dispara constantemente jaja por eso hasta tengo que escribirla porque si no me parece que no soy honesta al comentar… en fin, no sé ni cómo he llegado aquí, pero ha sido un placer, ah! y muy buena elección la tuya de Brhms aunque no sea especialmente eufórico ; ) que lo disfrutes, feliz sábado!

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