2.11.23

Canción número once




 De ángel a barro tres días bastan. En el primero das con la bruma; en el segundo inhibes la frecuencia del corazón. Del tercero no se sabe mucho. Un verdor o una sístole mezquina. Los cánticos de la plebe trenzan en el aire oraciones que se anulan a sí mismas con entusiasmo azul. La ceniza ocupa la boca de los bardos. Una inclinación de la cabeza es un mapa de la incertidumbre. Un oso polar se mide en nubes. Los días en adjetivos o en números primos. Sólo Dios conoce la coreografía de los objetos libres. Llover es una anomalía del llanto. La luz no posee la resolución de la sombra ni la materia obedece a las leyes de la sintaxis. La verdad es una hélice herrumbrada sobre la que se posan pájaros y en la que prosperan hormigas de un rojo más hermoso que un Zippo con la cara de Frank Zappa. Así se cruzan los aviones en el cielo del edén. Así beben los hijos la leche de las urbes ubérrimas. Toda claudicación es un paso atrás hasta que la tierra brama por su corazón tan frágil. El cuarto día es idéntico al quinto y al de hoy. De todo hace muchos días, infinitos días. Se persiguen los días. Nadie recuerda el Zippo con la cara de Frank Zappa. Nadie habla del fulgor ni de la eclosión de los grandes sintagmas del tiempo. Es la abducción. Ella hace que graviten los astros. Ella rige la danza de los juglares. 

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