Al que miente con reiteración ni la verdad se le cree. Tal vez esa afición a mentir prospera en quien la prueba por mero desinterés en las bondades de la verdad o por haber padecido una verdad demasiado dolorosa o por haber constatado que mentir hace medrar con más presteza. Cunde la mentira por inercia, permanece sin que se la sancione con excesivo empeño. Así que se miente con entusiasmo y se acepta de buen grado que se me mienta también. No se pierde ocasión para colar un testimonio falso o para festejar la falsedad ajena. La falta de escrúpulos precisa una memoria débil o retráctil, se incurre en contradicciones que alertan a quien presta atención a lo que se dice. Lejos de avergonzarse o contrariarse, se afana el mentido en desdecirse y a quien contó un día que estuvo en Estambul el último verano le confía más tarde que esa ciudad le espera y anda organizando con su mujer un viaje. Empecinado en explayarse, cuando más valdría que ni siquiera abra la boca, se gusta en sus giros, en la palabrería que justifica su incoherencia. Cualquier inconveniencia que diga con la que se le sancione podrá ser revertidla íntegramente para que se le premie. Cualquier moneda con la que pague sus deudas podrá ser usada para que cobrar las suyas. Las palabras son herramientas volubles. La moral es un accesorio prescindible.
17.11.23
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