5.11.23

edén

 me preguntaron si había previsto la luz, si la lluvia, el olor de la lluvia, el paisaje después de que llueva, el tiempo que tarda la luz en rodear por entero una palabra y gobernar su tránsito por los días, entonces vi que la luz era buena y la separé de las tinieblas, que fueron la noche eterna sobre mi boca infinita, me preguntaron si en la creación de la sombra había procurado esconder un milagro sin aristas, una ventana desde donde los cuerpos son únicamente fuego y tienen ira en los ojos y una lanza oxidada en el costado, yo escribí el libro infinito de la lujuria, yo el libro de las grandes palabras, el libro infinito para que lo lean hasta que el tiempo acabe, hasta que seis sea el número y al séptimo prenda el fuego y recoja la ceniza con mis manos y vea que todo está bien, los árboles, los ríos, los planetas, los lobos, las arañas, el hombre, las montañas, el firmamento, los pájaros, aspiré el aire nuevo y floté espléndido, en ese desorden multiplicado amé la blonda sublime del cuerpo profundo, amé el origen de las cosas, amé las mareas sobre las que después inventar naufragios, oscuramente amé también aquí la sed, el depósito antiguo de las palabras, el verbo al que alegremente se le retire la flor y el vuelo y quede en fuego manso, en la liberada costra que un día fue cáliz, voluta dulce, entonces el ángel dio un aviso, la luz se astilla, la sombra proyecta pájaros, todas las almas acuden, se instala la suprema evidencia de que algo verdaderamente importante va a suceder y vamos a contemplarlo porque el tiempo de los poetas ha llegado, dios hecho carne y barro y lagrima, hasta muy tarde anoche en las alas del texto, labor de amor, el río asciende la noche, se me oculta la luz, todo es tangible, vagamente íntimo, en la sombra el gesto de ir a vivir sin que nada nos aturda, vivir así el regalo efímero de entendernos, el fluir manso de unas nubes , el verbo, el verbo considerado el principio motor de la carne, luego vienen los profetas, los salmos, el monocorde ripio de las almas que buscan un lugar arriba en el cielo perfecto de la salvación, luego vienen los dueños de las horas, saquean lo que ven, nada queda libre, sólo hay muerte, iglesias vaciadas, la dulzura del credo convertida en óxido, apocalipsis, el sueño de los perversos, todo lo que no se dice acaba por mordernos, tengo una fe absoluta en mis extremidades, en el miedo que me conquista el pecho y hace que mi corazón se desboque, se astille, se incendie, mirad el corazón astillado, el vértigo hecho fiebre y luego la fiebre volada al aire antiguo de los ojos que lo miran todo y a todo le extraen luz y en todo encuentran sombra, los ojos con vocación de bisturí, los ojos del artista que son los ojos del mundo, los ojos izados como un veneno cósmico, he aprendido a nombrar la dicha en las palabras, esta caligrafía de bruma sin brahms, ni mordisco, se hace polvo de estrellas, se hace escritura, boca, vagina, túnel, se hace fábula, un pequeño incendio bebop, que vence la oscura la rancia, la quemada historia de las palabras y asciende la tarde, hasta pesar como un adjetivo sin romper todavía, miro hacia adentro , en la propiedad más oculta del tiempo, soy casi ahora y me queda toda la vida para desabotonarme del todo y tumbar mi cuerpo en la cosecha infame de las horas, todas matan, la última hora debe ser la hora de la poesía, morir debe ser entregar un último verso, en ti todos los versos se parecen a un único gran verso con sordina, el verso abierto con el que el universo celebra su festín de secretos, un pequeño incendio acecha en las avenidas, una síncopa con colmo, un terrible solo de arpa en el fondo exacto del alma

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