A César Rodríguez de Sepúlveda, que hoy vuela
Empieza a clarear el día.
La luz irrumpe a su antojo,
toma la entera extensión del aire ,
estalla en un vértigo de colores.
Conforta ese esplendor sin propósito,
la evidencia limpia de que todo está en orden, el misterio antiguo del sol
ocupando la propiedad de lo oscuro
y toda esta limpieza primitiva y pura
dibujando un incendio en el aire.
Lo mira uno con ansia, con respeto,
con sobrecogido silencio de niño.
A veces se mira sin comprender,
se ignoran los motivos,
sólo cuenta el oficio de impregnarse
de luz y dejar que bulla adentro.
Una vez confinada, la luz surte,
da el brío del que en ocasiones se carece.
Es ella la que ordena los fastos del tiempo.
Ella la que escribe y uno el que,
fascinado, se esmera en leer.
La vida es luz con el tiempo dentro,
dejó escrito el poeta.
Luz al amparo de más luz.
Luz consecutiva y enfebrecida.
La responsabilidad de la poesía
es registrar la biografía de la luz.
Lo oscuro es un incidente de la trama.
Todo puro y mío. Vibra en mi pecho,
esplende un clamor de sol en los árboles;
un festejo, el cielo. Es pálpito la palabra,
fluido y pálpito; un abrazo de amor, su eco.
Cruza un pájaro el cielo
más próximo a mi corazón extasiado.
Parece el único pájaro del mundo.
Sus alas festejan el vuelo.
Las bate con el entusiasmo de las cosas
que se hacen por primera vez.
Su determinación es la mía
al trazar con mi mirada
sus requiebros en el aire.
Se pierde el pájaro en la distancia
con una coherencia cartesiana.
Está el azul recio, sólido casi,
y de pronto ya no es ni azul,
es nada más que un brochazo
pequeño y nervioso y frágil.
El azul del cielo lo arrulla mientras se aleja.
A lo lejos se oye bullir la ciudad.
Se despierta con morosa obediencia.
No la miro como si fuese una pertenencia mía. Temo que el encantamiento se diluya
y la claridad decaiga.
El cielo es una clausura sin término.
Un festín de ojos es el aire.
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