21.3.22

80/365 Ezra Pound

 


Fotografía: Richard Avedon

No sólo hay que ser poeta, sino tener cara de poeta. Muchos de los que escriben poesía podrían pasar por funcionarios de una administración tributaria o por charcuteros en un mercado de provincias. En cierto modo, hay quien no ha escrito un verso en su vida y podría pasar por poeta o lo es de un modo discreto, pulcro y eficiente. A Pound no hay quien le birle esa apariencia de poeta. Maldito, si lo desean. Sólo podríamos dudar entre el oficio de la lírica y el de la ciencia. De hecho hay vínculos no siempre accesibles entre las letras y los números. En lo demás, Pound fue un poeta artesanal: ejerció esa labor de amorosa manufactura con poemas suyos y con poemas ajenos. Tuteló a Joyce y a Eliot, lo cual es como si un dios tutela a otro y entre los dos conforman el tamaño de las nubes y la bruma entre los árboles. Padeció como todos los poetas padecen, pero él intimó con la locura y con el fascismo, lo cual es probablemente una redundancia. Se le escuchó criticar a los judíos, siendo él uno. Abrazó (con entusiasmo) las soflamas bélicas de Mussolini, lo cual es un exabrupto en el que no se atisba rasgo poético alguno. Escribió con concisión, no se dejó embelesar por ninguna floritura (al fuego las palabras, que se quemen todas) y acabó sin escribir nada. Antes de que no escribiera un solo verso, ni siquiera un verso limpio, rebajado de retórica, sin retorcimientos, ni floritura, escribió una obra monumental, tal vez la más ambiciosa de todas las erigidas en el siglo XX. La empezó a principios de siglo y la culminó, por decir algo, a finales de los años sesenta. La llenó de héroes y de dioses, creyó que escribía en Atenas, no en una habitación del Manicomio (a qué andar con eufemismos) de St. Elizabeth, donde estuvo recluido doce años. Hemingway, a quien apadrinó, fue el que evitó que lo ejecutaran por traición. Llenó sus cantos de la épica de la que adolecía toda la demás poesía. Tal vez porque conforme el tiempo lo fue curtiendo su cabeza de poeta se hizo un poeta con un solo propósito en esa cabeza: el de convertirse en una especie de Homero o de Dante o de Confucio, tres de sus mentores de la Antigüedad en la que abrevó con voracidad. Hay una voluntad de gesta, la del colono que desembarca en una tierra promisoria, la del Adán en el que la Divinidad deposita todo su amor por el progreso y todas las bondades del futuro. Queda la cara estragada, el peso firme de ese desquicio dulce de las palabras, que sujetan el cosmos y lo empujan a la eternidad. También los Cantos, que se empapan de ese estrago. Tuve en casa durante un tiempo lomo con lomo dos libros que me parecen hermanos en tanto: La tierra baldía y los Cantos, Eliot y Pound. Podrían haber sido escrito por los dos. Eliot, más culto, más clásico; Pound, elíptico, críptico a veces, determinativo. Hay veces en que uno tiene un alma hermana que siente como uno mismo y, al expresarse, pareciera que es uno quien se expresa. No sabemos dónde está, pero no me cabe duda de que existe. No hace falta que se manifieste artísticamente. Basta con las hechuras en el andar o la manera en que se habla o en que se rasca uno la cabeza. De pronto, al celebrar hoy el día mundial de la Poesía, se me ocurre que Ezra Pound es un poeta al que no había hecho aprecio en los últimos años. Tendré que buscar algún libro suyo y leer más tarde, cuando regrese a casa. No sé si el día será poético o no lo será. Me dan ganas de escribir versos toda la mañana. Creo que es la mejor manera de celebrar la festividad. No haré nada de eso. Ni leeré de nuevo a Pound. Tal vez otro día tenga el ánimo preciso. Cuando lo tuve, no había más libro en el mundo que Cantos. Y su cara, estragada y feliz, me acompañaba mientras leía. 

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