4.3.22

63/365 Edgar Allan Poe

 



1

No cuento esta mañana con absenta para escribir con más desparpajo o con más creativo desquicio, sin la traba de la corrección; tampoco me he dejado llevar por la bruma del alcohol. No soy Poe, no podrá haber otro Poe, no se darán nunca las mismas circunstancias para que el azar alumbre un clon o una extensión del Poe favorablemente signado por los astros para ser un perfecto desgraciado dotado de una sensibilidad asombrosa. Baudelaire decía que tenía cara de cenizo, aunque tampoco la suya era la alegría de la huerta al clarear el día, pero sin Poe no tendríamos Baudelaire, ni por supuesto Mallarmé, ni tampoco Lovecraft, que era otro que baila la misma danza, pero con mayor aparato iconográfico y sin la injerencia del fatalismo. Piensen en King, no habría un Stephen King si no hubiese deambulado por la tierra un Poe. Es el triste Poe el que te busca a ti a pesar de que seas tú el que repasa la balda de los libros de casa y escoge uno en la creencia de que se ha ejercido alguna especie de libre albedrío. Imagino una especie de macabra atracción entre el libro y su dueño. Como si el objeto atrajese a quien cree estar ejecutando una elección. 

2

Uno ve a Poe con un poco de lástima. Hay una caricatura suya, acentuada en sus defectos, una especie de estampa triste de la que no es posible desembarazarse. Sobrevuela junto al cuervo del famoso poema mientras, al cobijo de un sillón de orejas, mejor si es cerca de una chimenea y es una noche de invierno crudo, leemos una vez más sus cuentos. No sé la de veces que los he leído, con el fuego y las brasas, hasta al sol de un agosto costero. Gana el peso del cuento, da igual el marco, la voracidad con la que uno alcanza el final. Los de Poe son admirables, son nuevos cada vez, no importa que sepamos qué ocurre, hasta las razones por las que todo ocurre. Por eso tal vez se regresa a su literatura, se concibe como una novedad, aunque hayan sido muchas las visitas y sepamos de memoria trozos de esos cuentos y hayan sido parte de nuestra memoria literaria y sentimental desde que entramos en ellos. La más festiva de esas veces tuvo que ser la primera. La recuerdo con imprecisión. Me gustaba ese deslumbramiento que produce el miedo. No ha dejado de perturbarme nunca. A la literatura se le encomienda en ocasiones que nos perturbe. Poe era un perturbado por lo que no debió costarle mucho verter ese delirio. 

3

En cierta ocasión, me preguntaron alumnos de un Instituto al que acudí para hablar sobre escritura y sobre lecturas qué autor recomendaría. Muchos, no sabría, pude responder. Elija uno, zanjaron. No dudé en escoger a Poe. En esa edad no hay otro que rivalice con él. Quizá tampoco en otras. Lo hice con entusiasmo, lo vendí con absoluta convicción, tenía la entera seguridad de que hay cuentos suyos que no defraudan nunca. Da igual que hayas leído mucho o poco o incluso que sean los primeros con los que te topas. En los cuentos de Poe, más que en la poesía o en su condición de ensayista, campos menos conocidos, se produce un milagro: el de la cancelación de la realidad. Además es una cancelación verosímil, una suspensión deliberada de la memoria y del porvenir, de todo lo que hemos sido o lo que hemos hecho o de cuanto ronda en nuestra cabeza en el bosquejo de lo que podamos hacer en el inminente o lejano futuro. No sé dónde leí que la escritura de Poe era hipnótica. Ejerce un hechizo peculiar, que sólo he encontrado en Lovecraft, si es la literatura de horror y de misterio de la que hablamos. Se lee sin que se haya conciencia de que se está leyendo. No siempre es fácil ese logro. Andamos sin saber que lo hacemos o respiramos en idéntica ignorancia, pero leer es un esfuerzo intelectual, algo en lo que se nos adiestra, una impostura, si se desea.

4

La de Poe fue un alma inextricablemente zarandeada por los rigores más extremos de la realidad. Fue un romántico que descreyó del romanticismo, un enamorado que no fue agasajado por los primores del amor, un descreído de las bondades de la existencia que consagró su talento a cartografiar las penurias del alma y tomó la suya como material de estudio. Como cualquier escritor, miente quien sostenga lo contrario, deseaba ser leído y adquirir la nombradía suficiente como para hacer de su trabajo literario su medio de vida. Hombre de tumultuosa fe en sí mismo, se despeñó en el láudano y en el opio, vías que exaltaban ese demiurgo interior, capaz de alcanzar las más altas aspiraciones narrativas en su obra y de las más bajas proyecciones emocionales en su vida. Dueño de un macabro sentido de la belleza, Poe fue un finísimo orfebre del mal. Escogió el género detectivesco: ahí plasmó la eclosión de la ciencia y la permanencia de una espiritualidad asombrosa, mágica y, las más de las veces, arrebatadoramente descarnada. La entera lucidez de esa investigación filosófica produjo algunos de los mejores cuentos de la literatura. Más que maestro del cuento fantástico, Poe se erigió como propulsor de excéntricas mitologías, de las cuales extrajo un portentoso sentido de lo narrativo. Los cuentos de Poe se leen con la misma fascinación cada vez que uno vuelve a ellos. Se diría que contienen en su formulación la cantidad exacta de asombro y de rutina: sabemos qué ocurrirá, hemos leído muchas veces el destino de los personajes, el finiquito de la trama, pero advertimos matices que no percibimos, rasgos diminutos de un tapiz que no acaba de cerrarse nunca, por más que indaguemos o sintamos que todo ha sido ya comprendido y hecho nuestro. 

5

Fue despojado del amor y arrojado a la escritura desesperanzada de esa orfandad dolorosísima. Se podrá añadir otra: la de los padres, que eran gente de teatro, aunque su ausencia temprana no revistió mayor influencia artística en la formación del autor. Acogido por el matrimonio Allan, Edgar Poe vivió en el Sur opulento, . Bloom, ese tótem  con ganas de incordiar a cualquiera que no cuadre con su canon, vaya usted a saber qué cosa es esa del canon, dijo de Poe que era tan mal escritor que cualquier traducción lo mejoraría. Borges también sostuvo en alguna entrevista (una en particular, que yo recuerde) que los traductores de Poe (Cortázar fue uno espléndido, a él le debo mi primera lectura de su obra) siempre le favorecían. Son maldades de escritores, asuntos que no merecen una atención más detenida. Poe fue un fabulador portentoso, hizo la mejor literatura posible, creó un universo único. Caso de que el amable lector decida buscar fracturas en su escritura, abandone el empeño. Anoche (animado a leerlo de nuevo) no encontré ninguna palabra que sobrase o que faltase. Parece letra grabada en un mármol. 

6

Soy infatigablemente todavía el lector asombrado por la presencia (física también) de un libro en particular, de una edición concreta, sin el que hoy sería otro, yo mismo, pero aquejado de otras dolencias, conmovido por otros intereses, secretamente entregado a otros vicios. Es el vicio el que nos guía, aunque él ande a escondidas y procure, las más de las veces, no aparecer en público, no mostrar nada de lo que después pueda hablarse y ante lo que tener que extender una justificación o un arrepentimiento. Yo soy de Poe antes que del resto de los escritores que me marcaron porque él llegó en la edad en que mi espíritu estaba más abierto. De esa apertura, que se mantiene a ratos y se cierra a conveniencia en otras, saco el impulso para aceptar la incoherencia del mundo y pedir (a gritos en ocasiones) que me continúe asombrando. Como la realidad queda corta, uno tira de literatura. Poe forjó la suya para que viniesen más tarde todas las demás. No recuerdo en qué año compré ese libro. Tengo la costumbre tenaz de apuntar con lápiz la fecha en la que los compro, pero esa tenacidad es falible y alguno, por el azar, por descuido, queda sin signar. La edición decimoséptima salió en 1990, leo en una página de libros de segunda mano. Me intriga saber cuándo lo compré. Me acuerdo de que ya había leído antes a Poe y hasta la portada de algún libro cogido de la biblioteca municipal o prestado por algún amigo, no sé bien ahora. Uno que manejé tenía una cara ancha del autor y unos cuervos entre unos árboles como paisaje de fondo. Lo que me sigue fascinando es este libro, aparte de la importancia (enorme) de lo que contiene. No es El gato negro, ni El corazón delator, ni tampoco La caída de la casa Usher, tres de mis favoritos, sino el volumen en sí, su existencia tangible y fiable. Sigue ahí, en una balda, entre otros con quienes tal vez establezca, sin que yo me percate, una especie de diálogo secreto. Es posible que se hablen entre ellos y digan de quienes los posee (yo en este caso) cosas que no alcanzo a imaginar. Sé de ellos al modo en que ellos (por mi trato, por el amor que les profeso) saben de mí. Quizá haya un par de libros más a los que les deba lo que a éste. Pienso en Ficciones, de Borges. Curiosamente los dos publicados por Alianza Editorial, en su formidable colección de El libro de bolsillo. El tomo de Poe, bien grueso, con un segundo volumen de cuentos menos terroríficos o de menor peso inquietante, está nuevamente conmigo en estos días. Lo cogí sin verdadera gana. Empecé a releer la introducción que hace Julio Cortázar (traductor también de esta edición) y después ya no quise o no pude dejarlo. Soy ese lector de hace treinta y tantos años, cuando paseé de mi casa a una librería de barrio (que ya no está) y elegí el recopilatorio de narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe. Soy ese mismo, no hay excesivo cambio. He leído mucho desde entonces y he escrito también. No he visto trazas de Poe en mi escritura, no al menos alguna que yo haya podido comprender o entrever entre todo lo que he hecho. Habrá alguna, sin duda que sí. Poe estará por ahí, escondido, pendiente de cualquier pequeña trama de la que extraer un episodio turbio en el que el alma humana, la que le atormentó, exprese su lado más tenebroso. Es la tiniebla la que le llamaba. Nos llama a todos sin que lo advirtamos. Lo está haciendo ahora. Esta noche (es tarde) me refugiaré en las sombras. Suena bien. La literatura permite que hagas estas cosas y luego puedas volver, consolado y alegre, a la realidad. A veces dan ganas de no regresar, ya lo sé; en ocasiones es mejor quedarse por ahí, en la parte oscura, en esa ficción sobrecogedora e íntima. 

7

Baudelaire decía de las mujeres en la literatura de Poe que eran luminosas y enfermas, de voz musical y abrumadoramente aquejadas de enfermedades que las hacían morir en su juventud. Melancólicas, casi emanadas de una ensoñación, son casi siempre objeto de un amor del que se se tiene la impresión que no va a cuajar, abocado a la calamidad o a la tragedia. A ninguna concede la piedad del autor cuando se sabe en disposición de transformar la realidad a su entero antojo y puede liberarlas o hacer que su dolencia mengüe o, caso más extraordinario, remita. Las brumas del alcohol, la vehemencia creativa y la fascinación por lo sórdido y lo tenebrista son los datos que añadimos a la lectura, pero hoy (en esta fecha no más importante que la de ayer o la que venga en un par de meses o de años) todos los periódicos (incluso la televisión, tan ajena y tan pulcra en hacer propaganda de estas frivolidades cultistas) sacan la cara de cenizo (eso decía Baudelaire) del pobre Edgar, que murió en la miseria, pobre como la cirrosis y favorablemente signado por los astros para que la posteridad lo escogiera de entre la pléyade fantástica de narradores clásicos y lo aupara a un balcón de preeminencia, al que uno acude para disfrutar, ya saben, del cuervo, del gato negro, de esas narraciones extraordinarias hoy interesadamente rescatadas. Hay que hacer caja, en fin...Poe es el barril de amontillado, el gato negro, Ligeia, Annabel Lee (hace muchos años en un reino junto al mar), Berenice, María Roget, el enterramiento prematuro, el señor Valdemar, la casa Usher, el escarabajo de oro. Poe es también el prólogo y la traducción que hizo Baudelaire y más tarde Julio Cortázar, es la admiración del primer Borges y del primer Bioy Casares, es una edición de Alianza que cayó en mis manos a principio de los ochenta y que mantengo, entre otras, gastada y amada, convertida en un pequeño tesoro bibliográfico: tiene una calavera quemada, un poco azul sucio. Cosas de Alberto Corazón, el de las portadas de Alianza Editorial. Por Poe, por su encantamiento y por su desquicio, uno va por la vida más feliz, tal vez  





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