13.3.22

73/365 Mafalda

 




Yo creo que se podría entender el mundo con tan solo leer las tiras de Mafalda. No sería un comprensión completa, ni siquiera el tipo de comprensión que te hace salir a la calle y estar prevenido, al tanto de las cosas, con esa extra de experiencia útil para no ser manipulado o para no caer dos veces en el mismo agujero o chocar dos veces en la misma piedra, sino otra, más lúdica y más feliz en el fondo. Mafalda hace feliz a quien la lee. Te lo cuenta todo a las claras, no se deja nada dentro, apabulla su claridad de pensamiento (siendo tan pequeñaja) y lo hace sin retórica, como un buen aforista. De hecho Mafalda podría haber pasado por una excelente monologuista, ahora que están tan de moda. Quino creó el personaje idóneo para hablar de política, que es una manera de hablar de casi todo. El hallazgo más admirable consistió en que fuese una niña y no una niña cualquiera, además. El humorismo gráfico es una profesión de riesgo en algunos países. Aquí tenemos la fortuna de haber tenido muchos dibujantes formidables (Mingote, El Roto, Máximo, Peridis, Gallego y Rey, Forges, se me perderán muchos) pero Quino es un maestro entre ellos, aunque imagino que llevaría ese magisterio con humildad, sin alardear, haciendo como que no van con él los premios y los halagos. Curiosamente el humor de Mafalda (el de Quino) no ha cambiado, se entiende igual, hace el mismo efecto balsámico. El humor es un bálsamo, un reconstituyente, una de las más hermosas y divertidas maneras (la belleza juntamente con la alegría) para sobrevivir y que la realidad no te ponga el pie en el cuello y apriete. Recuerdo una viñeta (que no he logrado encontrar, por más que lo he intentado) en la que se veía a Mafalda frente a un cristal con la inscripción "Rómpase en caso de incendio". En la otra (pues Quino se valía de un recorrido gráfico y narrativo, más que de una imagen única las más de las veces) podías ver que tras el cristal se hallaba un rosario. 


Mafalda es una especie de azote de la moralidad encorsetada de algunas sociedades. La nuestra valdría, ahora que está tan timorata e hipócrita y se ofende por cualquier cosa. Quino era un creador total, un narrador que decidió dibujar para explicar su idea del mundo. Tuvo a Mafalda en liza durante nueve años (del 64 al 73) y tuvo con ella a unos secundarios memorables: los perplejos padres; Felipe, romántico y frágil; Manolito, un adulto entre los niños; Miguelito, que rivaliza en fineza con la propia Mafalda; Susana, que anhela ser madre por encima de todas las cosas: Libertad, hija de progres, radical e insobornable o Guille, el hermano pequeño de Mafalda, permanentemente afiliado a la aventura. Tantos años después, Mafalda continúa ganando adeptos o hasta adictos. Fascina esa concisión casi homicida, su clarividencia, su limpieza de ideas, su asombro continuo. Faltan Mafaldas, de pronto se me ha ocurrido que todo está poniéndose muy serio y que el humor es cada vez más grueso: le falta cintura social (que no solamente política) y también eslóganes. Mafalda es una fuente inagotable de citas. Se pueden memorizar y decir de corrido en esos momentos en que los demás te piden que estés ocurrente, chistoso o digas algo que nadie espere, no sé," vivir sin leer es peligroso, te obligan a creer lo que te digan". En lo personal, Mafalda me ha salvado la vida en muchas ocasiones, me ha puesto a funcionar cuando las circunstancias me hicieron flaquear, me ha hecho sonreír cuando no había motivos para hacerlo, me ha hecho sentirme vivo y agradecido de estarlo. También me ha confortado, me ha abrazado, me ha llevado de la mano. Hay días en que busco sus tiras y me tiro un buen rato yendo de unas a otras. Como el que abre un libro que ama y busca los pasajes preferidos. Como el que se mira hacia adentro y se encuentra. Era, escribe Umberto Eco, mafaldólogo declarado, “una heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es… reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres”.


Luego estaba el lado empoderado, que se dice ahora, el de la niña que, al ver a su madre haciendo las labores del hogar, se pregunta si ella de pequeña hubiese querido ser lo que es ahora y, ante la evidencia doméstica, cambia de registro y no mete el dedo en ninguna inoportuna llaga. O la Mafalda que habla del reparto de la riqueza en el mundo cuando le da de comer a su hermanito y ella, como nena grande que desea ser, se lleva el trozo más grande. También es la niña que cree que es un secreto de Estado es un chiste venido a más, de lo cual se infiere que, en ocasiones, su papá Quino se excedía en las palabras que le ponía en la boca, pero se le perdona todo, se hacen oídos sordos, no se mira quién habla o qué ánimo lo cubre todo. Porque sabemos ya de antemano que Quino era uno de esos raros genios que está en posesión de una virtud y la practica a diario como el que tiene un piano en casa y toca sin tener claro si se le escucha o lo hará en esa intimidad reconfortante. La de Quino fue una intimidad gozosa, un decirse la vida para que los demás, si se arriman, escuchen. Por si de ese gesto surge un punto de bondad que no existía antes. Por si un día, le pasó a Miguelito, se planta en plena viñeta y no tiene qué decir. Entonces qué. ¿Qué pasará cuando al que habla no le vengan en tropel las palabras y las viñetitas no ocupan su lugar en el mundo? 

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