En ocasiones quien abandona este mundo deja un deudo o un primo segundo de Cáceres que abre su casa y se lleva en una bolsa del Carrefour las Obras Completas de Benito Pérez Galdós o todas las sinfonías de Berlioz. O la saquean o adueña de ella el polvo, se defienden . El polvo, el implacable, no sólo se come entonces al finado (ya se sabe, polvo eres... ) sino también (ay) sus discos y sus libros, su álbum de fotos y hasta la corbata de las grandes ocasiones, la que sólo se usa un par de granadas veces. La vida, tan cabrona ella, concita así en su finiquito a quienes, en vida, quisimos, nos quisieron o ninguna de ambas cosas, pero se arracimaron a nuestra vera de modo que parecían, en las distancias cortas, familiares, amigos incluso. Debiéramos legar la risa, pongo por caso. O la mala leche de los lunes a las siete de la mañana. El júbilo tal vez. A mi amigo Pepe, que era un bonachón, le entrego una pizca de mala hostia, que falta le hace.A Juanito, tan arisco y cabroncete, mi talante, ya que fama tenía de bonancible y festivo. La vida, insisito, cuando cesa, abre la pandora espléndida del saqueo. Sentimental, en algunos casos. Acude el hermano lejanísimo, el cuñado al que nunca tratamos y los hijos bastardos de cuando hicimos la mili en Burgos, que se traerán, a modo de distintivo, algunos rasgos genéticos inefables, para demostrar, el linaje, la evidencia de que el pasado no despeña ni su vértigo ni su fiebre. Acuden pues todos, voraces y terribles, diplomáticos y cautos, al tiempo, solemnes y tristísimos, a litigar unos cuadros, un piso en la capital o un coche casi sin kilómetros que arrumbamos al olvido cuando ya nos satisfacía eso de ir de un pueblo a otro. Toda la felicidad (o toda la tristeza) estaba en el nuestro. Habrá que convenir una legitimidad a este buitreo, perdónenme la palabra. La muerte da sus réditos y hay una maquinaria bien engrasada para amortizar las pérdidas ajenas. Flores, misas, lápidas, herencias. Hijos en Burgos. Todo se aviene a ser facturado, escriturado. A desgravar incluso. Caso de que haya una vida después de ésta, estaría bien que el finado, en el mullido más allá, asista al patético espectáculo de la pitanza que su ausencia ha dejado. Como yo no creo mucho, aunque años espero tener para que la fe me alimente y vea la derecha del Padre y la barba milagrosa del Hijo, me va a dar igual lo que el respetable haga con mis posesiones. Ah, aviso de que un disco de Chet Baker tiene la pieza tercera de la cara segunda un pelín rayada. La trompeta se escora al piano y, al final, la canción parece, en lugar de tersa y algodonada, ruda y perversa, como la vida misma. Está bien avisar, no vaya a ser que toda la vida de uno termine representada por ese salto en el disco de Chet Baker y quede la idea de que fuimos descuidados y no vigilamos nuestras pertenencias mientras moramos este mundo .
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