19.2.21

Dietario 50

 Desciende, cuerpo, a tu semilla. Dame, alma, vértigo.  

A los relojes, devotos servidores del tiempo, el hombre dio vida: signo inequívoco de su inocencia. 


Hemos aprendido a medir la luz de las palabras, como hizo Margarit, pero cómo elevar su cántico y tener noticia de que se nos ha escuchado. Tampoco cuenta que irrumpa en algún improvisado momento la belleza y sintamos que nos ocupa por entero su gracia. No hay después experiencia de la que disponer. Ni memoria de su esplendor. Sólo hay que permitir la arrimadiza voluntad de que de verdad asombre y dejarse. 


Procura el amor alminares, brújulas, báculos, un poema de Claudio Rodríguez en el que el mar es una ausencia, una fotografía en blanco y negro de niños perdiendo el tiempo en una playa de 1.975. 




No hay comentarios:

Leer (otra vez)

  Leer no garantiza que seamos más felices. Ni siquiera que la felicidad nos visite mientras leemos. Es incluso posible que la lectura nos p...