15.2.21

Dietario 46

 Siempre es el mismo terco adjetivo, el misterio ahí encendido como un beso izado hacia Dios, la palabra despojada de vicios, entregada al poeta como un don. Y no saber nada al regresar y no querer saber tampoco.    

El asombro hay que confiárselo a alguien. Pedirle que lo custodie mientras nos extraviamos en el musgo, en el instante puro en el que entramos en un cuerpo y besamos el códice exacto del mundo. El asombro es lo único que tenemos. Del asombro se extrae la vida. 
 
Hay noches que invitan a un desmayo. Mis dedos tan pequeños profanando el silencio con tus dedos. Los Panchos endulzando cansinamente el aire. El aire cabalgando mi cintura. El jardín sin contemplar. La luna vigilando el asedio. 
  
Las alas festejan el vuelo. El vuelo justifica el mundo. 

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