4.2.21

Reclamando el Día Internacional de las Estatuas Ecuestres

  



                                                     Estatua ecuestre de Felipe III, Madrid

Dejó escrito Sánchez Ferlosio que quien tiene ya en plaza su monumento ecuestre tiene muchas posibilidades de que le hagan otro que el que no tiene todavía ninguno, pero son tiempos magros en esa exhibición de las personalidades del pueblo y no hay consistorio que rebaje las arcas con esas florituras populares. Se preguntarán los gerifaltes de la cosa pública a quién montar sobre el caballo y hasta si es preciso el noble animal y no convendría cualquier otra rúbrica en piedra o en el material que se aprestara con más elocuencia al porte o a la fama del elegido para la posteridad. Al final, no hay ninguno que resista la acometida de las heces de los pájaros y es precisamente esa circunstancia, la de la excrecencia posada a modo de sombrero, la que termina por explicar la verdadera historia del agasajado, no siempre la más noble, ni siquiera la que levanta las pasiones y el orgullo de quienes las observan. Tiene su arrimo de épica (o de falta de ella) la forma en que el escultor dispone las patas del caballo: si están las dos delanteras levantadas es que el jinete murió en combate, si sólo una es que padeció las heridas de la guerra, pero no falleció a causa de ellas y, por último, si las tiene ancladas al suelo es que el deceso devino por causas naturales. El bronce que las yergue suele soportar el rigor de los siglos, pero no así la memoria de los reyes o militares para las que fueron erguidas. Con el declinar del caballo en la gesta de los triunfos desapareció la costumbre de los homenajes ecuestres, pero tampoco abundan en la actualidad las figuras de bronce o de cualquier otro material parecido. Los gobiernos no auspician que el maravilloso gremio de los escultores continúe fijando un símbolo para que la ciudadanía no olvide a sus héroes. Será que no los hay. Calladas gubias, cinceles muertos. En consideración a la pertinencia de la memoria habría que reclamar un Día de las Estatuas Ecuestres, igual que hay uno para casi cada cosa, incluyendo en esa prolija y bizarra lista el Día de del Ascenso en Globo, de la Lógica, de la Hipnosis, de la Croqueta (es cierto, cae a mediados de enero, busquen si no dan crédito), de la Lepra, de Star Wars, de las Aves Migratorias, del Whisky (no le hago ascos), del Orgullo Friki, de la Sangría, de la Marmota (ese va en bucle), del Orgullo Zombie o del Pistacho. Reclamo desde esta humildísima columna un Día de las Estatuas Ecuestres. Lo reclamo cueste lo que cueste, ustedes ya saben de quién me acuerdo. Habrá que abrir una cuestación popular, aunque sea de firmas, para que prospere esta no tan insólita petición, aunque sólo sea para que las palomas tengan donde exhibir sus evacuaciones, pero lo de Sánchez Ferlosio no admite discusión: Felipe III podrá tener cinco egregias figuras en ecuestre bronce, pero usted y yo no tendremos ninguna. Quizá sea mejor. Con la moda actual de borrar el pasado, sea cual sea el repentino motivo, tardará poco en que las hordas reaccionarias las echen abajo o el mismo ayuntamiento que las izó decida convertirlas en escombro. 

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