En el argot rioplatense se le da a malevo la consideración ruin de la pendencia y se aplica a quien es aficionado a las malandanzas, a la provocación. Diestro en el cuchillo, se le suele nombrar en asuntos de desamor, que son los propios del tango, ese género que tiene en el abrazo su ritual más hermoso. Los compadritos se citan en un arrabal y dirimen sus diferencias a cuchillo, herramienta más pedestre que la pistola o el florete. Lejos de Buenos Aires, en cualquier callejón de cualquier ciudad del ancho mundo, la malevolencia tiene los mismos rituales, se rige por idénticos patrones morales. Una palabra que se está perdiendo es maleante. La maldad humana no conoce límites y se reforma al albur de los tiempos. Maquiavelo tenía de la mente humana un concepto pragmático. Las artes de la maledicencia, que propicia la malandanza antes mentada, tienen abundante bibliografía. La entera construcción del pensamiento occidental, con su épica y con su ruina, con su gloria y con su infierno, está escrita con enconado esmero por los malandantes, por los malevos de aquí y de allá, con esa horda cainita que antepone su medro al ajeno, que desconoce la templanza y, cuando se le compromete o sin que esa circunstancia concurra, tira de manual de barbarie (primer curso, primeras lecciones) para imponer su criterio o para arruinar el ajeno. La malevolencia turba la serenidad del ánimo, se lee en una apologética. Hay un bolero sobre la malquerencia. Tal vez sería un tango. Hoy en día se prestigia al que avasalla. Se le da el mérito mayor, el de tener algún tipo de habilidad de la que los demás carecemos. Yo soy el primero, nadie delante de mí, parecen decir. También: yo valgo más que nadie, nadie podrá igualarme. Son de odio los malevolentes. Se vanaglorian de su trajín incansable. Cuanto más se odia, más se vive, dejó escrito Cioran. El hecho de que el mal prospere es síntoma de que el ejercicio del bien no está prestigiado. Es legítima su lid, es hasta prestigiable. El malevo, el ajeno a lo correcto, quién pondrá las palabras de lo que lo es, es sujeto propiciatoriamente inclinado a ejecutar lo indebido. Cuando el mundo se libre de los malevolentes, girará con más brío, pero no sucederá tal cosa. Uno recela de que se termine por dar valor a lo mesurado, a lo que la razón invariablemente preconiza. Son muchos siglos, todos los siglos, si se piensa, de barbarie convertida en costumbre. Vemos los muñones de los que sobrevivieron a las bombas, las tumbas de los que no las evitaron. Todo es pendencia y malquerer. Nos queremos poco, no nos interesa darnos esos abrazos que harían la vida más sencilla. No digo mejor, ni siquiera más amorosa, sino sencilla. En lo complicado está el mal, en buscarlo, en no parar hasta que la dificultad impera y haya que manejarse con los demás para paliarla. Qué dislate.
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